Ignoro en qué quedará la pretendida ruptura de Vox con el Partido Popular. Personalmente, creo que sería muy buena para este último, que nunca debería haber negociado la composición de varios gobiernos autonómicos con el partido de Abascal, no al menos durante la campaña electoral; fue algo que, sin duda, a Feijóo le costó muchos votos. Hace tiempo que dije que el principal enemigo de una victoria electoral del PP es Vox, y que el mayor enemigo del PSOE era Podemos, aunque ahora a los socialistas les crecen, además, otros enemigos. Creo que para ambas formaciones nacionales, y para la mejor marcha de la loca política nacional, sería bueno un retorno a aquel viejo, buen, bipartidismo imperfecto, en el que los nacionalistas jugaban el papel que jugaban, ni mayor ni menor del que –inevitablemente-- les corresponde gracias a los beneficios que les otorga la pésima normativa electoral que padecemos.
Atisbo brotes verdes de acercamientos puntuales entre el PSOE –que no el Gobierno- y el PP: si el acuerdo sobre la renovación del Poder Judicial disgustó a los extremos, Vox y Podemos, es que es un buen acuerdo. Si la negociación en marcha para consensuar un nuevo gobernador del Banco de España, la renovación de la Junta Electoral y los organismos reguladores sigue adelante y llega a buen fin será una excelente noticia, sin duda, para una mayoría de españoles. Y si se consuma la ruptura autonómica entre el PP y Vox, pienso que un buen servicio al Estado sería que desde el PSOE se hiciese llegar un mensaje a los 'populares' en el sentido de que se garantiza la gobernabilidad del más votado en aquellas autonomías en las que se rompa la actual entente con Vox. Y, por cierto, lo digo desde el respeto a quien tiene tres millones de votantes. Creo que este último partido ha de reflexionar seria y autocríticamente sobre los pasos, a mi juicio totalmente erróneos, que está dando últimamente.
Ya digo: añoro la vuelta a aquel bipartidismo de los tiempos de Felipe González; tiempos en los que el encuentro primaba sobre el desencuentro, en el que los comunistas ocupaban el espacio crítico que les correspondía y en el que los nacionalismos –claro, aquellos eran otros nacionalismos, especialmente el catalán— eran más bien colaboradores 'críticos' del poder central que aspirantes a destruir el Estado. Que, lamentablemente, es lo que ahora quiere Puigdemont, antes enemigo del Gobierno central, amigo tras las elecciones de hace un año y ahora nuevamente enemigo... Un desvarío permanente que las fuerzas estatales habrían de ajustar.
La incoherencia, el oportunismo, siempre acaban actuando mal contra los intereses de la nación. Cuando el Gobierno y la oposición tienen que cohabitar con extraños compañeros de cama, acaban perdiendo esos valores sagrados en los que la colaboración en los temas de Estado se hace tan imprescindible como la crítica de la oposición a las cuestiones simplemente inaceptables que maneja el Gobierno. Me refiero desde a la amnistía tal y como se ha gestionado hasta el trato a jueces y periodistas, pasando por el pretendido recorte a la jornada laboral, por hablar simplemente de los temas más en presencia actualmente.
Y, ahora que hablamos de la jornada laboral, cuya polémica reducción en dos horas y media semanales patrocina de manera especial la vicepresidenta Yolanda Díaz, ¿cómo encaja Sumar en el esquema de un posible retorno al bipartidismo? Yo creo que la formación tan trabajosa y precipitadamente aglutinada por la señora Díaz, persona a la que sigo considerando un valor político, está, al paso que lleva, condenada a un papel tan relativamente irrelevante como el que ahora juega Podemos manejado desde la distancia telemática por Pablo iglesias. Si Sumar es percibida por los ciudadanos como una especie de extensión del PSOE, algo habrá de hacer para normalizar su existencia.
No pocas veces pienso que tanto Pedro Sánchez como la propia Yolanda Díaz deberían formalizar las relaciones que unen/separan al PSOE y Sumar: este último bien podría integrarse en el primero, como tendencia crítica desde la izquierda. El PSOE, algo átono en materia programática desde su falsamente triunfal 40 congreso, ganaría, con algunas gentes de Sumar, en ideas provocativas que luego han de sedimentarse, dulcificarse, meditarse y proponerse a la gente. Sumar, por su parte, ganaría un papel real que jugar en la política española, hoy tan descompensada.
Supongo que nada de esto se hará a corto plazo, si es que alguna vez se hace, pero pienso que el partido fundado por Pablo Iglesias Posse hace ciento cuarenta y cinco años ha de meditar muy mucho sobre su porvenir y sobre muchos necesarios replanteamientos. De la misma manera que, se ha repetido muchas veces, el PP de Alberto Núñez Feijóo ha de prepararse para, sin alharacas ni griteríos, gobernar el país algún día, quizá no demasiado lejano; y esa gobernación no pasa ni por la alianza con Vox ni por ciertos fallos tácticos y estratégicos que a veces hacen poco comprensible la política llevada a cabo desde la calle Génova.