Con la voz rota, Montse Villanueva Castellano (43), natural de Puertollano, relata: «Cuando amanecí al día siguiente, pensaba que era una pesadilla. Lo primero que me pregunté al ver todo fue: ¿Qué le doy de comer a mis hijos de diez y cinco años? Porque claro, pilló a fin de mes, cuando esperas para ir a comprar y no tenía casi nada».
Ella vive en Benetússer, uno de los pueblos más afectados por la riada del 29 de octubre a consecuencia de la peor gota fría del siglo XXI en España. En la zona cero se enclavan varias localidades, esencialmente de clase obrera, que comparten las mismas calles principales, únicamente cambiando su nombre. En ellas viven muchos emigrantes, de primera o segunda generación, de Castilla-La Mancha y concretamente de la provincia de Ciudad Real, con más de 25.000 paisanos que salieron en busca de oportunidades laborales.
¿Qué le doy de comer a mis hijos?" Montse Villanueva.
Los ciudadrealeños en Alfafar - Foto: J.M.Beldad
Montse y su marido se conocieron en Puertollano y llevan 15 años en Valencia. En la localidad minera no había trabajo y emigró buscando mejor fortuna. «Yo amo Puertollano, es parte de mi sangre, pero me siento valenciana y es mi casa y me duele ver lo que nos está pasando, es donde me he casado y donde he tenido dos hijos, es mi familia», explica emocionada: «Soy una más».
Begoña Carrero Sandoval (36), también de Puertollano, conoció a su marido, natural de Valencia, por internet y decidió marcharse con él y buscar trabajo. Lo encontró en una casa de comidas. Le fue bien y montó la suya propia que tuvo que cerrar por el Covid-19. Actualmente, trabaja como cocinera en una guardería que también ha sido arrasada por la riada.
Me asomo a la ventana todas las mañanas esperando subir la persiana y ver que no ha pasado nada". Begoña Carrero
Para ella, todo esto «es una pesadilla, todavía me levanto cerrando los ojos al levantar la persiana deseando que no sea real». Sin embargo, en frente de su casa sólo hay cientos de coches de apilados aún nueve días después de la riada. Cuenta que psicológicamente, tanto ella como su marido, lo están pasando muy mal, sobre todo por su hija: «No sabemos cómo explicarle todo lo que está viviendo». Añade que durante las primeras 72 horas, la situación se volvió en una pelea por la supervivencia, «sin comida, sin agua, sin luz, la gente comenzó a entrar en los supermercados para abastecerse».
Ella y su familia se alimentaron a base de latas hasta que al cuarto día salió a la calle «sin dejar de llorar preguntándome por qué había pasado esto». Y eso, dice, «con la suerte de no haber perdido a nadie». Resume todo en que será «un antes y un después, porque aquí hemos visto los cuerpos flotar en el agua y los muertos dentro de los coches hasta que pudieron venir a sacarlos; esto te cambia la vida y no sabemos qué vendrá».
Todos los vecinos nos echamos a la calle para ayudar en todo lo posible a quien le haga falta". José Ángel Niño
José Ángel Niño, de Albaladejo, habló con La Tribuna al poco del desastre. Más de una semana después, José Ángel sale a patear su pueblo, Catarroja, para buscar cosas que necesita para su hijo recién nacido. Ayer anduvo quince kilómetros con ayuda desde Albaladejo al barrio de Parque Alcosa, porque se perdieron con el GPS: «Nos echamos a la calle para ayudar en todo lo posible a quien le haga falta».
Jesús García Gómez (60) es taxista en Valencia, oriundo también de Albaladejo. Acabó en Valencia cuando fue a despedirse de su hermano cuando se iba a la mili. Se fue abriendo camino poco a poco, aunque reconoce que le tira mucho La Mancha y el Campo de Montiel: «Sigo yendo mucho por allí». Este taxista explica que ha hecho «muchos servicios gratuitos a gente que venía derrengada de estar quitando barro y ayudando a los valencianos». El tráfico en Valencia estos días es un caos, con retenciones de kilómetros y varias horas: «Trayectos de 12 kilómetros en los que se tardan dos horas», relata.
Cada día me sigo sorprendiendo de la fuerza que llevaba el agua y el desastre que ha ocasiando". Jesús García.
El panorama es «dantesco, y hay mucha faena que hacer en estas zonas». Visiblemente impactado, Jesús dice que no puede parar de observar todas las mañanas la destrucción ocasionada: «Cada día me sigo sorprendiendo de la fuerza que llevaba el agua y el desastre que ha ocasionado». Cuenta que hace unos días fue a la zona de Aldaia y volvió «muy tocado mentalmente por lo que me encontré allí».
Son las seis de la tarde y empieza a anochecer en Valencia. Montse, Begoña y José Ángel se calzan las botas llenas de lodo y se echan otra vez a la calle para ir a los puntos de recogida de sus respectivas localidades. Hay que coger para cenar y para el desayuno del día siguiente. Los tres, padre y madres jóvenes, sacan fuerzas de flaqueza para seguir peleando y se muestran agradecidos a la ola de solidaridad de toda España: «No lo vamos a olvidar nunca». Cuando hablan de su tierra natal, se les ilumina la mirada. Mientras, Jesús sube a su taxi a tres chavales llenos de lodo de Tarragona