En el árbol genealógico de Pedro Sánchez no aparecen antecedentes de familiares directos vinculados al sector postal. Hay un herrero, una abogada y a la vez funcionaria y también un empresario con una fábrica de plásticos que ha disparado su facturación en los dos últimos ejercicios. Se nos olvida un hermano músico, español ejemplar residente fiscal en Portugal donde trata de pagar menos impuestos. Pero no vemos ningún cartero, ni mensajero, ni nada que se parezca. Lo de su amiguito del alma Juan Manuel Serrano Quintana no cuenta. De ser jefe de gabinete en la Comisión Ejecutiva del PSOE pasó a dirigir Correos desde 2018 a 2023, dejando un agujero de más de 1.000 millones de euros en la entidad pública y un descrédito sin precedentes en un servicio siempre reconocido por su buena imagen y mejor funcionamiento. Como premio a tan magna labor, Sánchez recolocó a su compadre al frente de la Sociedad Estatal de Infraestructuras del Transporte Terrestre, una compañía que gestiona las autopistas de peaje que quebraron tras la crisis financiera de 2008 y que fueron rescatadas por el Estado en 2017. Que tiemble la cuenta de resultados de las nueve autopistas del negociado de Serrano Quintana bajo el paraguas de Óscar Puente, ministro tuitero o equisero, ya en los terrenos de Elon Musk.
En la familia política del presidente del Gobierno tampoco hay señales de ningún cartero. Si nos detenemos en el negocio del padre de Begoña, da poco pie a la literatura epistolar. Las cartas de amor de Neruda y las creaciones románticas están pensadas para otro tipo de escenarios, no el de las saunas. En los establecimientos que gestiona el suegro de Sánchez no hay lugar a los rodeos: no lo llaman amor, porque siempre quieren decir sexo, y cualquier enamoramiento previo o posterior será tan fugaz como los fuegos artificiales de un barrio pobre. Se va a lo que se va, luego no se precisa perder el tiempo con barroquismos innecesarios.
Para no tener vinculaciones directas con el sector postal, Pedro Sánchez le ha cogido el gusto a las cartas. Mientras que un buen número de españoles ha olvidado cuándo fue la última carta que escribió, el presidente nos ha colocado dos en poco más de un mes. No las ha enviado a nuestros buzones porque le urgía y es sabedor que su colega no ha dejado el servicio en su mejor momento. Por eso tira de redes sociales, más inmediatas y con un alcance infinitamente mayor. Sabe que su poder es tan omnímodo que va a encontrar una parroquia amplia que la lea, la procese e incluso lo analice, aunque su redacción hubiera pasado por los pelos el examen de la antigua selectividad. Da igual el qué y el cómo, lo importante es el para qué, y ahí Sánchez tiene muy claro su objetivo. La consecuencia es conocida: siempre gana. Como estratega no tiene rival y aunque el método esté plagado de artes poco decorosas, mientras llegue a la meta el primero, el resto es lo de menos. Una vez más, ha conseguido dominar el relato, ese término tan deseado por los políticos modernos y sólo reservado para los más audaces. Importa poco que el PSOE de Sánchez no sea el más votado en las elecciones este domingo, que no lo va a ser. Se presentará como víctima y como vencedor, dos extremos que le servirán para afrontar su próximo asalto situado en Cataluña, que es donde realmente se juega la viabilidad de la legislatura en Madrid. De momento, independientemente del resultado, ha conseguido ganar un nuevo match ball.