En casa de los hermanos Diego y Vanesa, de quince y doce años, respectivamente, el despertador suena cuando aún no ha salido el sol. Es entonces cuando comienza su rutina para ir al colegio. Viven en El Citolero, una pedanía situada a unos 20 kilómetros de Porzuna, municipio donde estudian. Aseguran que no se sienten discriminados por vivir en el mundo rural pero reconocen que eso significa escoger entre resignarse a madrugar más que el resto para coger el autobús o irse a vivir a la ciudad. No quieren abandonar su finca. Son reacios. Pero eso supone viajes diarios por carreteras, no siempre en buenas condiciones.
Acudir al colegio es un derecho, aunque en muchas ocasiones se puede convertir en un calvario. En la provincia, 3.456 usuarios pueden ir cada día a sus centros educativos gracias a las 257 rutas de transporte escolar existentes y 94 acompañantes. La ruta de Diego y Vanesa no solo hace parada en El Citolero, también en las fincas Los Medranos y La Peralosa. En el autobús van cada día siete alumnos de Infantil y de la ESO, la más pequeña tiene tan solo tres años. El transporte escolar es tan importante en los pueblos del mundo rural como lo es la sanidad o el wifi. Es primordial para garantizar la educación y facilitar la conciliación a las familias, donde la agricultura suele ser su principal sustento de vida. Es, sin duda, un dique contra la despoblación.
Este servicio, financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, «es fundamental, no solo para garantizar la educación a los niños de las pedanías, sino también de otras localidades cercanas». Son las palabras de María del Carmen Paramio, directora del IES Rivera del Bullaque de Porzuna, donde gracias al transporte escolar cada día acuden más de 120 alumnos, sin contar con los que cursan los ciclos formativos. Es aproximadamente la mitad del alumnado.
El transporte escolar, un dique contra la despoblación De no existir este medio, «muchos alumnos tendrían que irse a cursar la ESO a otras localidades» y abandonar así una zona «muy complicada por varias razones». Una de ellas, lamenta, su dispersión geográfica, y que tiempo atrás provocó «serios problemas de fracaso escolar y absentismo». Esa dispersión geográfica incluye la disponibilidad para desplazarse, y eso facilitaba no ir al instituto. «A la pereza de tener que madrugar se sumaba que muchas familias tienen sus olivares, sus tierras, y los jóvenes veían ahí su futuro y optaban por no ir a clase», pero eso, poco a poco, ha ido cambiando y «ahora las causas de los alumnos que abandonan el sistema educativo son las mismas que se pueden dar, por ejemplo, en Ciudad Real».
En zonas donde los servicios cada vez son menos y la 'fuga' de vecinos es constante, el transporte escolar se entiende «como una garantía de derecho a la educación». Así lo comenta la directora del colegio Nuestra Señora del Rosario, Ana Belén Sánchez. Ella sabe muy bien la importancia que este servicio tiene en zonas abocadas a la despoblación como el Trincheto, pedanía de Porzuna donde nació. A los ocho años ya cogió su primer autobús para ir al colegio, del que años más tarde se convirtió en su directora. «Vivir en una pedanía supone no poder ir al colegio andando. Siempre son distancias superiores a los cinco kilómetros, por lo que si no existiera este medio, esas familias tendrían que poner su propio vehículo, lo que conllevaría un gasto añadido en relación al resto de familias», señala. Por ello, para Ana Belén «no solo es una manera de garantizar el acceso a la educación, también a la igualdad. Es una forma de compensar ese gasto que no tiene la familia del alumno que va andando».
Un «servicio en igualdad de condiciones que evita también la despoblación», enfatiza. Facilitar el acceso de los niños a la escuela favorece que las familias no cambien su lugar de residencia. «Si un hijo llega a la edad escolar, gracias a este transporte la familia puede seguir desempeñando su trabajo en la pedanía, en la aldea o en la finca en la que resida», argumenta. Es otra manera más de garantizar el derecho a la educación de todos los niños, vivan donde vivan.
El transporte escolar, un dique contra la despoblación Atrás quedaron esos años en los que el autocar iba repleto de alumnos. El número de usuarios ya no es el mismo. La España rural se vacía. Se está quedando sin población en las zonas rurales, donde el número de habitantes es cada vez menor. «El autobús venía lleno. Paraba en todas las pedanías», recuerda con nostalgia.
La esencia del servicio se mantiene intacta a pesar del transcurso del tiempo, pero ahora se pone mucha más atención en la seguridad. La normativa ha cambiado. Antes solo el conductor llevaba cinturón, y ahora «es obligatorio para todos», también para los usuarios. Todo está muy regulado, incluso se ha creado la figura del acompañante de transporte escolar. Noelia López es una de ellas. Lleva cinco años acompañando a los niños de una de las rutas de Porzuna, la que arranca en la finca Los Medranos y para en La Peralosa y en el Citolero. Su función es la de evitar que «el autobús sea un escándalo», es decir, controlar el comportamiento de los niños durante el viaje, sobre todo de los más pequeños. Y eso, da tranquilidad a los padres, quienes dejan a sus hijos en la parada y saben que van a estar acompañados todo el trayecto.
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Nadie quiere que este servicio desaparezca. Ni los profesores, ni los padres ni los alumnos. Tampoco la empresa concesionaria, autocares Hermanos Romero. Para ellos, este servicio supone el principal ingreso para una época en la que «hay menos trabajo». «Nos da un colchón», reconoce Abraham Romero, quien regenta esta empresa familiar que se remonta al año 1974, cuando su padre decidió quedarse con el negocio de los autocares tras la jubilación de su jefe. En aquella época, rememora, el autobús se llenaba rápidamente. Ahora, con un minibus o una furgoneta es suficiente. Es un ejemplo del abandono de las zonas rurales a las grandes ciudades, aunque confía en que «siempre haya que llevar al menos un niño al colegio».