Cuando a Antonio García Barbeito (Aznalcázar, Sevilla, 1950) se le pregunta por la Navidad de su infancia lo cierto es que sólo tiene una palabra para describirla: «Tristeza». Sin embargo, con una sonrisa que se le escapa en la comisura, recuerda que conoció la Navidad cuando llegó a Sevilla. El próximo 30 de noviembre, Antonio García Barbeito será el pregonero de la Navidad en Ciudad Real, en el Teatro Quijano, donde se espera que su mensaje reúna tradición, memoria y emoción, recordando el sentido profundo de estas celebraciones.
El sevillano nació en el seno de una familia humilde y en un entorno rural que marcó profundamente su sensibilidad y su amor por las tradiciones. Antes de dedicarse plenamente a la escritura, trabajó en diversos oficios, desde molinero hasta empleado bancario, una experiencia de vida que luego reflejaría en su obra.
Su carrera en los medios comenzó en 1980 en la radio, y desde entonces ha sido una voz destacada en emisoras como Radio Sevilla, Antena 3, Onda Cero, COPE y Canal Sur Radio. También ha colaborado con importantes diarios, entre ellos El Correo de Andalucía, El Mundo, La Razón y ABC, donde ha dejado su huella con su estilo lírico y cercano. Su visión de la Navidad es igualmente profunda y emotiva. La define como una «cruel contadora de ausencias», pues para él, estas fechas son tanto de alegría como de nostalgia.
El periodista y escritor Antonio García Barbeito - Foto: Patricia del ZapateroHa dicho usted alguna vez que la Navidad es «una cruel contadora de ausencias». ¿De dónde viene eso?
Esa frase nace a raíz de la muerte de mi padre. Hace muchos ya. Había entonces muchas personas mayores que me decían «la Navidad ya no es lo mismo, me pongo muy triste, porque hay mucha gente que no está». Y yo no lo entendía porque a mí no me faltaba nadie. Hasta que me faltó, tanto mi padre como luego mi tío, por eso creo que la Navidad es una cruel contadora de ausencias.
Entiendo que todo gira en torno a la familia.
Se notan mucho las sillas vacías en una familia.
¿Cuál es el concepto necesario para entender la Navidad?
Si hay una palabra que tiene que estar en la Navidad, esa es amor. El amor es la salvación en todos los órdenes, porque es capaz de lo más grande. Es la razón más poderosa de la humanidad.
El periodista y escritor Antonio García Barbeito - Foto: Patricia del Zapatero¿Y qué deseo le pide usted a esta fiesta?
Sólo le pido salud. Hace 7 años tuve un revés gordo: me quitaron un pulmón con un cáncer. Ahora, me encuentro bien, estoy curado y todo lo que quieras, pero en estos años he escrito y he publicado más que en toda mi vida: poemarios, novelas, mi columna de los lunes... Y todo lo que no se ve. Lo que sí te puedo decir es que todo me lo ha marcado la salud. Y por eso sólo le pido salud.
¿Por qué le gustan tanto los nacimientos?
Porque hasta que no tuve cierta edad no viví la Navidad. Y me gustaba mucho ir a ver los nacimientos. Era de lo poco que hacíamos. Como era muy travieso, mi madre me decía que tuviera las manos detrás de la espalda. Hasta que tuve cierta edad y dije: «Ahora voy a montar yo mi nacimiento». Y de ahí nace lo que voy a contar en el pregón de la Navidad.
«Escribir es ponerle una mortaja de palabras al olvido que seremos»
ESCRIBIR. Barbeito es, ante todo, poeta. Su obra revela una mirada nostálgica y personal, marcada por un lenguaje poético que conecta con la tierra, las emociones y el paso del tiempo. Ha sido pregonero de la Navidad en diversas ciudades, pero si algo destaca es su pregón de la Semana Santa de Sevilla en 2010, que consolidó su lugar como referente en la tradición de los pregones en Andalucía. Fue conocido como el 'Barbeitazo', por ser el único pregón que no mencionó a ninguna advocación mariana ni cristífera: «Sólo habló de Dios», dijeron las crónicas.
Pregunta.- ¿Cree que esa producción tan prolífica después del cáncer es porque cuando uno ve la vida pasar necesita volcarlo?
Respuesta.- No necesariamente. Quitando el poemario que le dediqué a mi mujer, que vivió conmigo toda la enfermedad, el resto... No es tanto la salud, sino la edad. Me paro a pensar y digo: «Pues voy a escribir esto, ¿por qué no?». He procurado quitarme de compromisos sociales y vivir más mi casa y la gente que tengo cerca, y eso te despierta cosas.
Usted se define como poeta, aunque su faceta periodística es la que realmente «le ha dado de comer».
Cierto. Yo no he comido con la poesía. He comido con el periodismo. Creo que le puse a la poesía el traje de faena y le dije: «Tienes que ser rentable». Y me apunté a todo. A la radio, a la prensa, a la televisión. A lo que viniera, pero el poeta estaba siempre. Eso sí, cuidando la dosis según donde estuviera.
Me han contado que usted abría el telediario con planos artísticos.
Cierto. Una vez, después de un periodo largo de sequía, comenzó a llover. Llamé a la redacción y dije que quería que una cámara saliera a la calle a grabar un total de la lluvia. Y con eso abrimos. Con la imagen y el sonido de la lluvia. Y me decían:«¿Pero lo contamos, no?». Y yo dije que no. Sólo entré diciendo por encima del sonido de la lluvia: «Dios está en su palacio de cristal. Quiero decir que llueve, Platero». Y eso lo agradecía mucho la gente. Yo no quería abandonar al poeta escondido que siempre ha estado ahí.
¿Está ese poeta cerca del pueblo?
Ese poeta es el único que existe. Lo demás son... circunstancias. Aunque tengo que decir que me gusta mucho escribir en prosa, pero es ciertamente poética y literaria.
Ha dado usted numerosos pregones de Navidad, el pregón de la Semana Santa de Sevilla... ¿Cómo es escribir y hablar de las tradiciones?
Esos pregones... Pasaron y ya está. No me quedo ahí anclado. Todo pasa. Lo único que no pasa es la escritura. A veces me llaman para que vaya a leer algún pasaje del pregón de la Semana Santa y digo que no tengo ningún interés. A mí me espera el artículo de mañana, que eso sí es importante.
¿Por qué se escribe?
Una vez escribí una frase que resumía lo que siento sobre eso: quizás es para ponerle una mortaja de palabras al olvido que seremos. Se escribe por la misma razón que se suda cuando se tiene fiebre: o se suda o te mueres. Soy un yonki del maravilloso mundo de las palabras. Leo, descubro palabras y luego le doy vida a esas palabras. Tengo un diccionario íntimo en el que encuentro palabras preciosas con campos semánticos indescriptibles y luego intento utilizarlas en lo que escribo. Soy un palabrista, como decía Esteban Peicovich sobre Borges.
¿De dónde viene ese amor por las palabras?
Uno de mis primeros regalos fue un diccionario. Se lo pedí a mi padre con 11 años. Me pasaba las horas muertos leyéndolo de la A a la Z y vuelta. Y las palabras sirven para lo que más me gusta: contar cosas.
RAÍCES. El poeta es natural de Aznalcázar, nacido en el seno de una familia humilde de un pintoresco municipio de la provincia de Sevilla, que destaca por su privilegiada ubicación a las puertas del Parque Nacional de Doñana, uno de los ecosistemas más importantes de Europa. Antes de la aparición del turismo rural y sostenible, el principal motor económico del pueblo era la agricultura, especialmente el cultivo de cereales, olivares y productos hortofrutícolas. Un pueblo de la Andalucía profunda donde habita el «Dios del campo» de Barbeito.
¿Qué recuerda usted de la infancia en su pueblo?
Recuerdo tristeza. Por ejemplo, nunca conocí luces o alumbrado de Navidad. Hasta que tuve ya 15 años no se empezó a vivir. Y se hacía una cosa que se llamaba 'Casas de Navidad'. Y el 25 de diciembre nos íbamos a comer a los Pinares del pueblo. Más allá de eso: la misa del Gallo y poco más. Además, en mi casa no había mucha tradición. Mi madre hacía una cosa que se llamaba hojaldre, pero en mi familia las rutinas no se alteraban. Nadie salía, nadie hacía nada.
¿Es nostalgia o es tristeza lo que siente cuando habla de aquella época?
Es como la tristeza, pero tiene otro nombre, aunque se parece mucho a ella. Siempre he sido, en el fondo, un niño triste. Tenía rincones tristes. Soy un tipo cachondo y simpaticón, pero tengo un fondo ahí... Quizás viene de mi sangre gallega, de esa saudade que dicen ellos. De niño pensaba: «Si no tengo razones para estarlo, ¿por qué estoy triste?». Y de ahí nació un verso: Tristeza que no conozco / para arrancarte de mí /¿con qué palabras te nombro?. Porque no sé si la conozco, no puedo definirla.
Lleva usted más de 40 años de carrera en la televisión, en la radio, en la prensa... Si echa la vista atrás, ¿cómo definiría su carrera?
A mí me ha salvado la palabra. Es lo único que me salva. Dejé de estudiar con 14 años, y no lo digo con orgullo. A mí me gustaba aprender, que no estudiar.
Y su mujer es profesora de Filosofía.
Vaya. Y ella me dice que lo mío no se lo explica. Porque he aprendido y he estudiado la palabra, que es mi todo y es lo único que me ha gustado toda la vida.
«Le puse a la poesía el traje de faena y le dije que tenía que ser rentable»
FE. Antonio García Barbeito es un hombre de fe y de Dios, aunque no tanto de iglesia. Su pregón de la Semana Santa de Sevilla fue considerado por muchos teólogos, sacerdotes y filósofos uno de los pregones más de fe desde que se escriben.
Pregunta.- ¿Qué supone Dios en la sociedad actual?
Respuesta.- Creo que se lo están poniendo muy difícil. Nos estamos encargando como sociedad de romper y de hacer desaparecer muchísimos valores. Habría que volver, en edades tempranas, a leer la Biblia y la palabra de Dios. Porque le hace bien a cualquiera, más allá de fe y de creencias. Yo noto cuando un niño está educado en los valores de la Biblia, por ejemplo.
¿En qué lo nota?
En su comportamiento, en la forma de hablar, de expresarse, de tratar con los demás. Luego descubres que sus padres tienen valores, tienen inquietudes sociales y están volcadas con el prójimo. No conozco a nadie, creyente o no, cristiano o no, católico o no, que haya desviado su carrera o su personalidad por leer la Palabra de Dios. Y otra cosa es lo que haya hecho la Iglesia con esa Palabra.
¿Qué es la Iglesia según Barbeito?
La Iglesia no deja de ser una congregación de políticos. De la religión, sí, pero políticos al fin y al cabo, con sus intereses y sus motivaciones. En mi caso, después de haber conocido al padre José Luis Gago en la COPE, que era un santo para mí, creo que aprendí a distinguir toda la escala de grises que hay en medio de la Palabra y de la Iglesia.
¿Hemos matado a Dios?
Te diría más: están impidiendo que nazca. Están ocultando a Dios desde el mismo momento de su nacimiento. Se lo esconden a los niños. Sólo tienes que ver los alumbrados navideños con 'Felices Fiestas'. ¿Felices Fiestas de qué? Celebramos la Navidad, que no ofende a nadie. Y se quitan los nacimientos y se sustituyen por otras cosas... Un despropósito que hace que ni siquiera haya que matar a Dios, porque no lo dejamos nacer.
¿Es usted practicante?
No lo soy al uso. No voy a misa a menudo, ni vivo en el seno de la Iglesia como tal. Pero la Palabra sí que la leo, y está presente en mi forma de escribir. Utilizo mucho la figura de 'la Mano' o del 'Hacedor', que para mí es lo que Dios hace en el mundo.
Dios en el campo. Un concepto muy suyo. Esa contradicción sana de la religiosidad popular que tanto ha marcado a España. ¿Dónde queda?
En los pueblos, en la España de provincias, hay buena parte de ella. El Dios de secano, el Dios del agua, el Dios de la cosecha... Esos hortelanos mirando al cielo pidiendo la lluvia. La relación del hombre del campo con Dios es algo que sigue ahí, presente, más allá de su práctica religiosa. Aquellos hombres que blasfemaban con la boca cerrada, incluso, y luego anudaban el pañuelo en la manigueta y sacaban al Nazareno, a Dios, a la calle.
Bordea usted el misticismo cuando habla de ello...
Hay mucho de ello porque me considero un escritor muy religioso. Siempre tengo a Dios presente. La religiosidad popular tiene fuerza, y a mí me gusta, pero me gusta más que se conozca la Palabra de Dios. No quiero que creamos en muñeco porque sí, o por tradición. Hay que entender que ahí hay más cosas. Ese Dios que pasa consulta.
¿Qué sueño le queda por cumplir?
Vivir mañana. Cuando a mí me detectaron el cáncer iba a operarme de otra cosa y me dijeron: «Mire usted, hay un problema». Ese problema era un pulmón tumorizado.
En ese momento me encontraba muy bien. Tenía muchas cosas que hacer por aquel entonces y dejé todo, porque lo más importante era que tenía que salvarme. Siempre le he dado importancia a lo que sentía, y sentí que tenía que parar.
Canta Joaquín Sabina aquello de «vivir para contarlo». En su caso, vivir para escribirlo, ¿no?
Estoy orgulloso de la forma de sobrellevar aquello y de mi comportamiento. Tengo 42 puntos en la espalda, cuatro meses de quimio, pero, ¿cuánto vale que yo mañana me vaya a Aznalcázar, a los Pinares, y vea la luz que hay? Porque el cáncer pasó y ya está. No me recreo en eso. Vivir, vivir y vivir. No quiero otra cosa.