La escena se repite cada Viernes Santo en una casa de Ciudad Real: costales sobre la mesa, fajas enrolladas con mimo, olor a incienso flotando en el ambiente y una pregunta que nunca falta antes de la salida: «¿Estás listo? Para José Luis Zafra (1969) y su hijo Diego (2004) el momento de ajustarse la ropa de costalero es también un ritual familiar. No necesitan grandes discursos: basta una mirada, una advertencia sobre alguna calle complicada y el deseo mutuo de suerte antes de meterse bajo el paso del Santísimo Cristo de la Piedad. Lo demás, lo hacen el silencio, el sudor y los años de herencia compartida. También comparten otros pasos en los que José Luis va por fuera como auxiliar del capataz José María Pastor, y Diego de costalero. Es el caso del palio de María Santísima del Consuelo o Nuestra Señora de la Soledad. Este año, también comparten trabajadera en el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
José Luis se estrenó como costalero en 1997, animado por un amigo de la Hermandad. «Conocí a Juan Francisco Chico García y al decirle que me gustaría salir debajo del Cristo, me pasó la fecha de la igualá. Me presenté con él y hasta ahora», relata. La suya fue una decisión personal, nacida de una profunda impresión infantil: «Mis padres nos llevaban a ver todas las procesiones, y siempre que llegaba el Viernes Santo por la tarde procuraba ver al Cristo de la Piedad varias veces. Me impresionaba y me sigue impresionando ese cuerpo inerte clavado en la cruz», narra.
Esa emoción se convirtió en compromiso. A lo largo de los años, José Luis ha formado parte de varias cuadrillas, pero su vínculo con la Hermandad del Cristo de la Piedad es el más duradero y profundo. «Es la que más veces he sacado y con la que más me identifico», afirma. Hoy, su mayor satisfacción es ver que esa devoción ha prendido también en Diego, el mayor de sus hijos.
Diego Zafra, además de compartir paso como costalero, también va en pasos donde José Luis es auxiliar - Foto: Rueda VillaverdeEmoción. Diego, como muchos jóvenes que han crecido en entornos cofrades, empezó como nazareno y acólito. Pero el deseo de meterse bajo el paso fue ganando fuerza. «Vivo el mundo del costal desde muy pequeño, siempre me llamó», dice con serenidad. A los 18 años se convirtió en costalero de pleno derecho, cumpliendo un anhelo familiar que, aunque nunca impuesto, parecía inevitable. «No me pilló de sorpresa -comenta José Luis entre risas- lo veía venir. Fue una gran alegría, claro», dice. A Diego, en las cuadrillas de Pastor, lo llaman cariñosamente «el niño». Rodrigo, hermano de Diego y el hijo pequeño de José Luis, también participan en las hermandades, pero desde otro lugar: «Es acólito y me hace sentir muy orgulloso», dice José Luis.
El momento en que compartieron trabajadera por primera vez fue especial. «Me temblaban las piernas», reconoce José Luis. «Llevarle cerca de mí fue una gran satisfacción, aunque sabe que esto no es fácil, siempre me preocupo un poco por si sufre alguna lesión», afirma. Diego, por su parte, recuerda esa primera salida conjunta con ilusión: «Tenía muchas ganas. Compartir esta bonita afición con mi padre es algo que no todo el mundo puede vivir», comenta emocionado.
Pero ser costaleros en familia va más allá de compartir una devoción: implica valores, entrega y aprendizaje. Diego lo tiene claro: «Mi padre me ha enseñado a ser humilde, callado y quedarme con lo bueno». A su lado ha aprendido que bajo el paso no se presume, se trabaja. «La responsabilidad, la lealtad, el compañerismo y la amistad que se crean ahí abajo son difíciles de explicar, añade José Luis.
Diego Zafra, además de compartir paso como costalero, también va en pasos donde José Luis es auxiliar - Foto: Rueda VillaverdeEn la casa de los Zafra, la llegada de la Cuaresma transforma el ambiente. Los ensayos, los preparativos, las conversaciones en torno a los pasos que vendrán, forman parte del día a día. «Es una locura bonita, compartida y bendita», define José Luis. Para Diego, la tradición también se expresa en gestos cotidianos: «Siempre le hago la ropa a mi padre y, si puedo y coincidimos en el relevo, se la tiro antes de la salida. También vamos juntos al lugar de citación de la cuadrilla. Son momentos que no se olvidan», explica. Ambos comparten devoción por dos imágenes muy concretas: el Santísimo Cristo de la Piedad y María Santísima del Consuelo. «La del Cristo es mi hermandad desde que nací, y es mi mayor devoción», explica Diego, «aunque también la Flagelación es importante para mí». Su vínculo con la Semana Santa también va más allá de Ciudad Real. José Luis es costalero en Sevilla donde forma parte de las cuadrillas de la Virgen de la Angustia (Hermandad de los Estudiantes) y la Virgen de la Aurora, a las órdenes de Antonio Santiago. Diego sueña con probar suerte allí, aunque ya saca la Virgen del Pilar, otro paso que comparte con su padre. Cuando se realizó esta entrevista, padre e hijo viajaban rumbo a la capital hispalense para el retranqueo de los pasos de la Hermandad de la Resurrección. Como momento duro y bonito, recuerdan la última extraordinaria, en 2022, del Santísimo Cristo de la Piedad a los sones de la Agrupación Musical Santa María Magdalena (Arahal) de la que son fervientes seguidores.
«Lo vive con intensidad y con respeto», dice José Luis sobre su hijo, y añade que sabe que «esto es sufrir, pero también disfrutar y, sobre todo, hay que saber estar». Y es que compartir una trabajadera con un hijo, además de fortalecer el vínculo familiar, también deja huella emocional. Lo saben bien los Zafra, que viven cada salida como si fuera la primera. A quienes dudan si compartir esta experiencia con su padre o su hijo, a aquellos que no saben si esperar debajo de los pasos para ver si a sus hijos les gusta y poder compartir trabajadera, Diego les lanza un mensaje claro: «Que no lo duden, que aprovechen la oportunidad, porque solo se da durante un corto tiempo normalmente». Y es cierto. La vida, como la Semana Santa, pasa rápido. Pero hay pasos que, cuando se dan juntos, quedan marcados para siempre.
Y si algo tienen claro tanto José Luis como Diego es que, aunque el cuerpo algún día diga basta, el corazón siempre volverá al mismo sitio. A esa trabajadera compartida. A ese Cristo en la cruz que ha marcado su historia familiar. Porque hay herencias que no se escriben en testamentos, sino en la emoción contenida de un paso trabajado bajo el mismo madero catedralicio.