No es que quiera emular a Gonzalo Giner en sus espléndidas obras sobre caballos; más bien, me mueve el deseo de ponderar a todas esas personas que ejercen una profesión como es la de albéitar. En este caso, más si cabe, cuando vemos a competentes profesionales de la medicina volcándose en la cura de aquel famoso caballo de Andy Cartagena, llamado 'Brujo'.
Ocurrió el 19 de agosto de 2003, cuando un toro de Flores Tassara le confirió una cornada que le llegó hasta la femoral. Allí estaban para salvarle la vida, Rafael Ruiz y su equipo, entre los que podemos ver en las fotos de Rueda Villaverde, a los doctores Eduardo Rodríguez y José Molina. Es una imagen de puertas adentro, coral, que refleja un momento real, de mucha verdad, de una fiesta en la que está presente el peligro. En cualquiera de sus facetas y personajes.
La fuerza de la imagen viene por el hecho en sí, de la cura de un caballo: unos profesionales tratan de intervenir con las pinzas de disección sujetando los tejidos, colaborando entre ellos. La pata del caballo sangra entre la mirada del banderillero que sujeta la cola del caballo y el mayoral que observa atentamente. El rejoneador Hermoso de Mendoza, compañero de cartel aquella tarde, se acerca a interesarse por el noble equino. La escena acontece en el patio de caballos de nuestro coso. Más de veinte años han pasado y no ha perdido el interés ni el color de esa instantánea, ni la gama de tonalidades que van desde el verde de la bata a medio poner por las prisas del jefe del equipo, a la chaquetilla roja del rejoneador contrariado. En los lomos del caballo, las marcas de las manos en negativo se asemejan a las de las paredes de las cuevas prehistóricas.
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'Brujo', salvó la vida y siguió toreando por esas plazas, e incluso llegó a padrear. Gracias a esos 'sanadores', que dignifican la profesión cada día.