Antonio Lizcano, toda una vida con la Virgen del Prado

J.M.Beldad
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Antonio Lizcano Ajenjo ha sido durante casi 60 años el canónigo-chantre de la Catedral de Santa María del Prado de Ciudad Real. Fue nombrado Ciudadano Ejemplar por el Ayuntamiento en 2013

Antonio Lizcano, toda una vida con la Virgen del Prado - Foto: Rueda Villaverde

Una tarde, una señora lo abordó al salir de la catedral por la puerta de la sacristía para preguntarle dónde iba. Él contestó que marchaba a su casa. Ella contestó: «Ah, que no vive usted en el Camarín». Esta es una de las muchas anécdotas y vivencias que puede contar Antonio Lizcano Ajenjo (Alcázar de San Juan, 1935), canónigo-chantre de la catedral durante casi 60 años.

El suyo es un nombre que resuena con fuerza en los corazones de los habitantes de Ciudad Real. Ordenado sacerdote el 28 de agosto de 1960 en la capilla del Seminario Diocesano de Ciudad Real, Lizcano ha dedicado más de seis décadas de su vida a servir a los ciudadrealeños. Aunque ahora es sacerdote jubilado, su presencia y su legado siguen vivos en cada rincón de la ciudad, especialmente en la Catedral de Ciudad Real, donde ha pasado innumerables horas en oración y servicio.

En uno de los confesionarios de la capilla del Santísimo Cristo de la Piedad continúa su nombre escrito. Llegó a Ciudad Real hace 64 años y desde entonces, la ciudad y su gente se convirtieron en su familia. Antonio Lizcano se integró en Ciudad Real y se convirtió en un pilar fundamental de la misma. Su dedicación y su devoción a la Virgen del Prado, patrona de Ciudad Real, han sido constantes a lo largo de su vida.

Antonio Lizcano, toda una vida con la Virgen del PradoAntonio Lizcano, toda una vida con la Virgen del Prado - Foto: Rueda Villaverde

"Una madre para los ciudadrealeños"

Una madre. Si se le pregunta por la Virgen del Prado, lo tiene claro: «La Virgen del Prado es como una madre para los ciudadrealeños». Para él, la Virgen es una presencia constante y maternal que une a la comunidad. «Todos conocen a la Virgen del Prado. No habrá ninguno que no haya pisado la casa de la Virgen», dice, subrayando la importancia de esta figura en la vida cotidiana de los habitantes de Ciudad Real.

Uno de los recuerdos más entrañables que comparte es la devoción con la que se traslada a la Virgen desde su Camarín hasta el paso de palio en las festividades. «Es impresionante el silencio que se crea, nadie dice que se callen, simplemente no hablan», relata. Este respeto y devoción espontáneos son, para Lizcano, testimonio de la profunda conexión que la gente siente hacia la Virgen del Prado.

También recuerda con cariño cómo la ventana del Camarín de la Virgen es un lugar especial para muchos ciudadrealeños. «Siempre hay alguien mirando a la Virgen desde la ventana», observa. Este simple acto de contemplación crea un vínculo íntimo entre los fieles y la Virgen: «Dentro de la iglesia, uno es uno de tantos. En la ventana, es la Virgen y uno, y ahí la tiene para contarle todo».

"Nunca está sola"

Antonio Lizcano ha pasado incontables horas en este lugar sagrado, ofreciendo confesiones y guiando a los fieles. «La catedral es el sitio donde más horas he pasado en toda mi vida», afirma con nostalgia. Es por ello que asegura que puede afirmar que «la Virgen del Prado nunca está sola, pues siempre hay un trasiego constante de gente que pasa a estar con Ella». El sacerdote también reflexiona sobre cómo la devoción a la Virgen del Prado ha trascendido generaciones y se ha convertido en parte esencial de la identidad de Ciudad Real.

«La Virgen del Prado me ha traído una innumerable cantidad de penitentes que venían a pedir perdón», asegura Lizcano. Cuando la gente pasaba a la Catedral a ver a la Virgen del Prado, lo veían en el confesionario que siempre ocupó durante muchas horas a la semana, en la capilla del Santísimo Cristo de la Piedad, y se acercaban a confesarse. 

«La devoción a la Virgen es parte de la sustancia de la vida en Ciudad Real», asegura. Esta devoción es tan fuerte que, incluso aquellos que se consideran alejados de la Iglesia, no pueden evitar sentir un profundo respeto y cariño por la Virgen del Prado. Lizcano recuerda con especial emoción la Coronación Canónica de la Virgen del Prado en 1967, un evento que describe como una «explosión de emoción y fe».

Su papel en el IX Centenario de la aparición

La Plaza Mayor de Ciudad Real estaba abarrotada, un «mar de devotos» celebrando a su patrona. Recalca el sacerdote que la devoción de la Virgen, desde que él lo ha vivido, siempre ha estado ahí, «atemporal y transmitida de generación en generación para oriundos y forasteros». Su papel en la Comisión del IX Centenario de la aparición de la Virgen del Prado fue clave.

En tiempos del obispo  Rafael Torija, Lizcano trabajó arduamente para conseguir que la Reina Sofía participara en la Misa Pontifical del Noveno Centenario en el Parque de Gasset. «Tengo un profundo sentimiento de Amor por la Virgen. Todo por Ella».