Netflix ha arrancado el año por todo lo alto. Érase una vez el Oeste (American Primeval) es toda una revisión de un género que tuvo en el siglo pasado su época dorada, el western. Su guionista es Mark L. Smith, el mismo de El Renacido y su director, Peter Berg (El último superviviente, La sombra del reino), así que la serie tiene lo mejor de ambos, desde el realismo más crudo a una historia que no para de crecer.
La ficción, de seis episodios, se sumerge en los conflictos del Oeste americano del siglo XIX, incluyendo episodios tan brutales como la Masacre de Mountain Meadows. Este Oeste en poco o en nada se parece al de John Wayne, es sucio y está poblado por gente salvaje sin códigos morales y que tiene la tendencia a responder con una violencia extrema ante cualquier situación.
La serie se sitúa en el territorio de Utah en 1857, una época marcada por las tensiones entre pioneros, nativos americanos, el Ejército estadounidense y los mormones liderados por el primer gobernador del Estado, Brigham Young. Aunque la trama mezcla personajes ficticios, como Sarah Rowell (interpretada por Betty Gilpin) e Isaac Reed (Taylor Kitsch), con figuras históricas, el contexto está cuidadosamente documentado. Eventos como la quema de Fort Bridger y la mencionada masacre sirven como pilares para dar realismo a toda la historia.
Eso sí, a pesar de la riqueza histórica, Érase una vez el Oeste se toma ciertas licencias narrativas y de guion. Los personajes centrales, como la familia Rowell, son ficticios, y permiten explorar historias emocionales sin la limitación y el encorsetamiento de los hechos documentados. Sin embargo, figuras como Jim Bridger, Brigham Young y Wild Bill Hickman están basadas en personas reales que desempeñaron papeles fundamentales en ese período.
Aunque el guion ha sido elogiado por su intensidad, algunos críticos señalan que ciertos personajes secundarios carecen de profundidad. Sin embargo, las actuaciones de Gilpin y Kitsch logran mantener al público enganchado. Además, la trama alterna entre la lucha de los pioneros por sobrevivir y las intrigas del liderazgo mormón, ofreciendo un equilibrio en la tensión de la historia que pocos westerns logran alcanzar.
Érase una vez el Oeste podría no ser apta para todo el mundo. Su enfoque oscuro y sin concesiones, así como su crueldad extrema en ocasiones, puede resultar difícil de digerir, pero para quienes buscan una experiencia inmersiva y visceral, la serie es una opción casi imprescindible. Con una mezcla de ficción y realidad histórica, esta producción se consolida como uno de los títulos más comentados del año en Netflix.
El momento más cruel
El punto álgido y más intenso de la miniserie es la recreación de la matanza de Montain Meadows, que fue un hecho real, y en la que un grupo de mormones disfrazados de indios y acompañados de varios paitues masacraron a 120 colonos de una caravana. Esta secuencia está rodada con maestría y con tales dosis de violencia que recuerda por momentos al desembarco en Omaha del Salvar al soldado Ryan. Además, los paisajes que se reflejan a lo largo de toda la serie son espectaculares.
Pero no solo hay una violencia física, existe otra moral que es incluso más desagradable de contemplar: el poco valor de la vida, la falta de escrúpulos, la justificación bajo el paraguas de la religión de cualquier delito, la presentación de la mujer como un objeto y la falta de ley.