Manolo y Carmen se encontraban descansando en su casa en la urbanización Font del Sapo, en el municipio valenciano de Torrent, la tarde del martes 29 de octubre cuando la pared del baño cayó. La riada del barranco de la Hortet, afluente del barranco del Poyo. Torrent está a unos 15 kilómetros de Valencia y es una zona de hortelanos. Su paisaje, hasta el martes, estaba plagado de invernaderos. Perteneciente a la comarca de la Horta Sud, tiene casi 90.000 habitantes.
Torrent es una ciudad con «mucha vida», aseguran los vecinos. El centro de la ciudad guarda la normalidad, como si no hubiera pasado nada. Sin embargo, a 10 minutos de coche de ahí, la situación se asemeja a un escenario de guerra. El barranco del Poyo llegó a tener un caudal de casi 2.000 m/3 por segundo. El de la Horteta tuvo una crecida en la tarde del 29 de octubre «como no se recuerda», afirma Estefanía. Ella es la sobrina de Manolo y Carmen y una de las organizadoras de la batida de voluntarios que espera en un vivero al borde del barranco.
El retén de la Agrupación de Voluntarios Civil de Ciudad Real llega al Puesto de Mando Avanzado (PMA) a las ocho de la mañana para ponerse a disposición del mando de la batida que va a buscar a Manolo y Carmen. Alfonso Blanco es el jefe y coordina a todo el retén. Hasta Valencia se ha desplazado el Grupo de Rescate Subacuático (GERAS) dada la situación del terreno. Equipados con buzos de neopreno, escarpines y botas de seguridad, se disponen a adentrarse en el barranco. El policía local al mando del PMA les advierte: «Hay zonas en las que el agua llega al cuello».
De secarral a tsunami en minutos - Foto: jose miguel beldadMientras, Estefanía habla con el resto de vecinos de la Font del Sapo que se han acercado. Cuenta cómo las casas de la zona desaparecieron en segundos. A la conversación se une Javier Ramón, que tiene su casa en Cheste: «A mí me libró salir tarde de trabajar y ver cómo estaba la cosa, si llego a sacar el coche igual no lo cuento». Eva es amiga de Estefanía. Ella también vive en la zona y narra los paseos que solía dar por el barranco: «Suele estar seco o con un hilillo de agua, había mucha biodiversidad y era una buena zona para buscar paz mental». Los tres coinciden en que la crecida llegó en minutos.
Estefanía explica a los miembros de Protección Civil, así como a otro grupo de Baleares, cómo iban vestidos Carmen y Manolo. Al contarlo, se emociona. «Eran muy buenos, no se lo merecen», lamenta. Al comenzar la batida, los miembros de Protección Civil de Ciudad Real organizan y se les explica a los voluntarios el procedimiento si encuentran algo. A su vez, tres irán dentro del río: Alfonso, Héctor y Martín-Portugués, con buzos, y Rodolfo, por la margen del que ahora es un riachuelo, en seco, para lo que necesiten los buzos. Estefanía y Eva se afanan en buscar por todos los montones de cañas y escombros que se ven. También se ven coches, camiones, grúas, torres de luz y muchas otras cosas que no pertenecen a ese lugar. Eva avisa de que ha visto ropa y uno de los miembros de Protección Civil le avisa: «Vamos a ver mucha ropa, quizás es mejor guiarse por el olor». Estefanía asiente consciente de la problemática entre manos.
Estefanía y otro voluntario alzan la voz y exclaman: «Aquí huele mucho». Juanjo, otro miembro del retén ciudadrealeño, se acerca y confirma que «huele a podrido». Por allí también pasan Patricia, Héctor y Manu, para señalar el lugar con spray. Pasada una semana de la DANA que arrasó la Horta Sud de Valencia, los olores forman parte de la vida diaria de los habitantes de los más de 40 kilómetros cuadrados afectados. Una vez avisado el «mal olor», comienza a funcionar una serie de engranajes, «aunque no todo lo bien que deberían», comenta uno de ellos. La cobertura es mala y les cuesta ponerse en contacto con el PMA. Al poco, aparece un dron, marca la zona y se sigue la batida. Luego irán los guías caninos de la Unidad Militar de Emergencia (UME) y del Cuerpo Nacional de Policía «para ver si hay un positivo o no».
De secarral a tsunami en minutos - Foto: jose miguel beldadLas caras de Eva, Estefanía y el resto de familiares y amigos de Carmen y Manolo cambian. Algunos se muestran reticentes a abandonar el lugar. Rodolfo empatiza con ellos, pero les pide por favor que sigan: «Cuánto más terreno abarquemos, mejor». Esa situación hace que todos comiencen a hablar de las horas fatídicas del martes 29 de octubre y de todo lo que vino después.
«Cuando mi hermano avisó a Carmen y a Manolo ellos no tenían agua en la casa, prácticamente no había llovido», detalla Estefanía. El problema en esa zona no fue la lluvia, sino la fuerza «inexplicable» que traía el barranco de la Horteta. Para Javier, la situación es «devastadora, porque hay gente que ha perdido absolutamente todo: casa, trabajo, coche, y aun así puede estar contento de no haber muerto o de que no muriera un familiar». Eva, visiblemente emocionada, continúa buscando, mostrándose proactiva y yendo de montón en montón: «Que por nosotros no quede», expresa.
Estefanía cuenta una anécdota. Cuando fue a casa de una de sus primas después de la tragedia, vio un cuadro grande la Virgen y lo rompió tirándolo al suelo: «Perdonadme, fue la rabia y la impotencia de ver todo lo que está pasando», se duele. Sus primas la consuelan y le dicen que no pasa nada. Todos cuentan que esto les va a cambiar la vida: «No hay nadie que no haya perdido nada, todos los pueblecitos diseminados que hay por el barranco prácticamente han desaparecido, de algunas sólo quedan los cimientos».
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El retén de Protección Civil de Ciudad Real continúa trabajando, en silencio y con disciplina, vadeando el barranco. De pronto, un tráiler incrustado en la tierra. Rodolfo y Martín-Portugués se miran, compungidos, y comentan:«A saber dónde han acabado los cuerpos».