«El mayor monumento de Ciudad Real son sus gentes»

Manuel Espadas
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Desde que fue designado «candidato a pandorgo», como le gusta aclarar a él, no ha parado de realizar preparativos de cara al acto oficial de su nombramiento, el 31 de julio.

«El mayor monumento de Ciudad Real son sus gentes» - Foto: Rueda Villaverde

¿Cómo han sido estos días desde que fue designado candidato a pandorgo por la Hermandad?

Me ha cambiado la vida de manera radical. Mi teléfono se ha convertido en un torbellino de llamadas y de mensajes, y es algo que agradezco. Están siendo días llenos de emociones, de alegría, de orgullo y de felicidad.

¿Se puede decir que ya ejerce de pandorgo?

No. Yo tengo un gran respeto a la figura del pandorgo, y hasta el día 31 no seré proclamado, si Dios quiere y con la ayuda de nuestra patrona. En todos los actos a los que me están invitando me estoy manteniendo en un segundo plano, porque el actual pandorgo sigue siendo Jesús Heredia. Yo, de momento, solo soy un candidato a pandorgo.

Pero sí ha empezado ya con los preparativos, ¿verdad?

No he parado desde el día en el que fui elegido por la Hermandad de Pandorgos. Son muchas cosas las que hay que organizar y preparar, como mi traje y el de mi mujer, mi acto del día 15 de presentación oficial como nuevo pandorgo, encargar entre 1.000 y 1.500 pañuelos de yerbas, el convite en el día de la limoná... Pero ya lo tengo todo casi ultimado, a falta de los últimos detalles.

Y todo eso costeado por usted. ¿Tiene que suponer mucho dinero, no?

Es dinero, pero nada como el orgullo y el honor que supone ser pandorgo. Además, esto es algo que tú has buscado. Lo de menos es el dinero para la recompensa que supone.

A la dulcinea sí se le costea parte de sus gastos. ¿Por qué al pandorgo no?

Porque es la tradición. La figura del pandorgo viene de la persona dueña de las tierras que invitaba a sus empleados, a sus vecinos, cuando la temporada de cosecha había sido buena. Es la tradición y creo que está bien que sea así. Será un dinero bien gastado.

Hablando de la dulcinea, ¿qué opina de la relación que existe entre la figura del pandorgo y de la dulcinea, con mayor protagonismo del primero? 

El pandorgo es el pandorgo, viene de una cultura y una tradición, y la dulcinea tiene la suya. Creo que cada uno tiene sus competencias, y lo importante es que cada figura respete el terreno de la otra. Estoy convencido de que los dos somos perfectamente compatibles. Además, la nueva dulcinea, Virginia, es una mujer extraordinaria y muy preparada, y seguro que haremos muy buen equipo.

¿Tiene ya pensado qué va a decir en su discurso de proclamación del día 31?

Sí, lo tengo prácticamente preparado. Una cosa son las palabras que diré en la plaza Mayor en el acto oficial de proclamación, que serán más sencillas, y otra será el discurso que dé en la Catedral, delante de la Virgen del Prado, que será mucho más preparado, más bello y con todo el sentimiento del mundo. 

Cuando llegue ese día, ¿qué significará para usted convertirse en pandorgo?

Ser pandorgo es lo más hermoso, el mayor orgullo y lo más grande que le puede pasar a un ciudadrealeño. Implica representar la cantidad de valores, todos buenos, que te ensalzan como persona, como buena gente, como así son los pandorgos. Son personas desinteresadas, que se brindan a los demás, a estar con las asociaciones, a fomentar la cultura y la tradición. Es un orgullo y un honor tremendo, y solo hace falta echar un vistazo a las personas que me han precedido, desde el primero hasta el último. Es una emoción tremenda para mí, un sueño hecho realidad.

Es usted también un enamorado de Ciudad Real.

A Ciudad Real la defiendo y sufro por ella. Es la ciudad más extraordinaria del mundo. Cuando alguien me rebate y me dice que no tiene centro monumental, yo le respondo que el monumento más grande que tiene son sus gentes. Lucharé por Ciudad Real hasta el último día de mi vida.

Para usted, ¿cómo son las gentes de Ciudad Real?

Los ciudadrealeños somos un poco Quijotes y un poco Sanchos, somos soñadores y somos realistas, somos gordos y somos flacos... En el fondo somos un pueblo como reflejó Cervantes, que no nos pudo describir mejor. Don Quijote era buena persona y Sancho era buena persona, uno desde su ideales y el otro desde el pragmatismo más realista.