A veces no sabemos valorar las maravillas que tenemos, como el Coro del Teatro Real, que ya lleva muchos años cosechando éxitos asombrosos, reconocido en su excelencia por los críticos. Pero ha sucedido en la representación de una obra clave del panorama operístico internacional: Nabucco, de Verdi, y no solo el día del estreno, sino que se siguen repitiendo en cada función aplausos interminables, logrando un bis del coro en el ¡Va pensiero! Y es que los armónicos y matices sutiles de su final dan cuenta de la perfección de una dirección que no cesa de asombrarnos, con Andrés Máspero. Esa pieza, de los esclavos hebreos cantando: "¡Oh mi patria tan bella y perdida", en la opresión babilónica, sigue conmoviéndonos.
Es la primera vez que se pide aquí un bis al coro y no a cantantes concretos desde que se reabrió el Teatro Real, en 1997, pero ya era hora que recibiesen ese homenaje, y qué mejor obra que esta de Verdi, nombre que sirvió como lema para la revuelta de independencia y unidad nacional, "Viva Verdi", decían, queriendo en ese acróstico ensalzar al rey que los unificase: Vittorio Emmanuel Re d'Italia".
Esta obra vuelve al Real después de más de siglo y medio de ausencia, inexplicable, ya que es una de las piezas más conocidas de la historia operística universal, recogidas en todas las antologías y, además, casi podríamos decir que constituye, con el ¡Va pensiero! en el verdadero himno de Italia, más que el oficial, y con el que siguen identificándose, aunque ya no estén sometidos los italianos a la dominación extranjera como en los tiempos en que se estrenó. Los italianos actuales, como los españoles, más que a las potencias extranjeras, culpan de sus males a las multinacionales y a su propia casta gobernante, lo que comprendemos perfectamente en España. Ahora, al igual que el día de su exitoso estreno, recibe un bis en el coro de los esclavos. Sin duda es una obra muy popular, de gran calidad, e ideal para cerrar la temporada, antes de las vacaciones, en un Madrid tórrido. Las óperas de Verdi se caracterizan por un papel esencial otorgado a los coros y más en esta, que comienza osadamente, junto a la obertura, con el coro.
Esos cinco minutos de aplausos históricos que se suelen repetir cada noche en el Real muestra la excelencia de una interpretación de una obra llena de pasión, elevados contenidos y poderío dramático, tanto que no deja espacio alguno al bostezo: todo lo contrario. Merece la pena disfrutar de estas obras tan bien planteadas, desde un punto de vista musical, sobre todo. En realidad, lo que en el Teatro Real acontece es lo que pasó en Milán cuando se estrenó en 1842, pues también se repitió y la obra fue un furibundo éxito que aplastó su anterior fracaso y proyectó a Verdi como un gran autor por toda Europa.
Tan célebre se ha vuelto el "Coro de los esclavos" con su Va pensiero, que se ha promovido ahora su retransmisión en forma de karaoke para que las gentes lo canten con la letra en la pantalla, junto a proyecciones gratuitas por Internet y una gran pantalla en la Plaza de Isabel II, además de la emisión en Televisión Española y en Radio Clásica.
No solo el célebre Nicola Luisotti, ya aplaudidísimo en otras obras verdianas, como Il trovatore (2007), Rigoletto (2015), Aida (2018), Don Carlo (2019), La traviata (2020) y Un ballo in maschera (2020), sino también Sergio Alapont dirigiendo resultó brillantísimo, un espectáculo verle, enérgico.
Lástima que la puesta en escena de Homoki, en esta producción minimalista del mismo Teatro Real y la Ópera de Zúrich sea tan simple y sosa, con un gran muro móvil como de malaquita, verde, como único decorado... Los vestidos de gala de los "babilonios", también verdes o con uniformes, contrastan con los marrones y cremas de los "hebreos", y es que aquellos son claramente austriacos y estos claramente italianos decimonónicos, de la época del Risorgimento. Recurso de un moderno ya viejo que resulta ridículo cuando hablan de un templo invisible -pues casi todo hay que imaginarlo-, como disparar un pistola mientras se habla de espadas... La casta dirigente de nuestros teatros líricos, como la de los políticos, poco caso hace al pueblo en su despotismo, pues el público suele quejarse y descalificarlo, sin que les importe, que para ellos Babilonia es Austria, y con ello se creen aportar algo, imaginándose más listos.
Movimiento y cuadros de grandes masas, típicas de Verdi, con cierto interés estético se desenvuelve, a veces patéticos, pues todo se centra en la misma música, siendo esta una obra muy propicia a grandes y espectaculares decorados. Olvidan algunos que la ópera es y también espectáculo, especialmente con Verdi o Wagner, los dos grandes representantes de su tiempo. En la ópera, Verdi es uno de los primeros nombres que suenan y ahora vuelve a triunfar como lo hizo en Milán, hace 180 años.
Con tres repartos para obra tan grandiosa, el Nabucco del barítono gallego, Luis Cansino es firme, excelente el tenor aragonés, Eduardo Aladrén como Ismaele, preciosa, delicada tesitura y magnífica impostación. Algo más floja la soprano ucraniana, Oksana Dyka, en un papel muy exigente que apenas parecía llegar a cumplir, y sin adecuada potencia, con algunas variantes chocantes, pero excelente como expresión dramática en rostros y gesticulación, y la mezzosoprano nipona, Aya Wakimozo, como Fenena muy pertinente; así como el bajo ruso Alexander Vinogradov resulta muy convincente como Zaccaria (aquí no hay guerra entre ucranianos y rusos, afortunadamente) un correcto trabajo del resto lleva a disfrutar de una de las más representativas óperas, tan ausente de nuestro santuario lírico.