Estamos acostumbrados a abrir nuestros sentimientos en canal cuando ya es demasiado tarde. A lo largo de nuestra vida nos cuesta expresar lo que sentimos, a veces por la vergüenza que nos produce quedar expuestos ante la otra persona; y otras tantas, porque no nos paramos a pensar que quizás sea la última vez que puedes dar un abrazo o compartir una sonrisa cómplice.
Hace horas sufrí un mazazo durísimo al enterarme del fallecimiento de Blas Camacho, una persona a la que he admirado, he respetado y he tenido la inmensa fortuna de tener a mi lado durante toda mi vida en momentos tan significativos como mi boda, en la que fue mi padrino y en la que me hizo sentir su brazo como si hubiese sido sangre de mi sangre. Fue mi maestro en muchos aspectos de la vida. Me enseñó el valor del buen político, la forma de analizar con perspectiva los acontecimientos; pero sobre todo, a su lado he aprendido a cada instante las cualidades que definen a una buena persona por encima de todo lo demás.
Su talante y su incansable labor le hicieron ser un político brillante, clave para el desarrollo de nuestra transición democrática, de la que me hizo formar parte apoyándome para dar un paso al frente cuando el papel de las mujeres en este ámbito todavía seguía siendo una quimera, lo que me sirvió para ser presidenta de las juventudes de la UCD en Castilla-La Mancha. Fue pionero y referente en sectores como la educación, la industria o el conocimiento de la Unión Europea, por las que impulsó numerosas iniciativas que sirvieron para poner la base sobre las que hoy se construyen nuestra sociedad. Pero en realidad, hablar de Blas es hacerlo de una persona que consiguió mejorar todo aquello en lo que participaba ya fuese en su labor política, en sus proyectos personales o allí donde se demandase su conocimiento, a lo que siempre se prestó con las mejores de sus caras y su desinteresado cariño.
En Tomelloso, donde era Hijo Predilecto; en Ciudad Real, o allá por donde pasó, dejó su huella impresa y su recuerdo imborrable, que hace que hoy lo estemos llorando mientras lo recordamos. Estoy segura que nos pediría que no lo hiciésemos, que tengamos fe, porque la muerte es una etapa más de nuestras vidas y que allá donde se encuentra seguirá cuidando de nosotros.
Era un tesoro de persona de las que pocas veces tenemos la fortuna de cruzar en nuestras vidas y por eso estaré siempre inmensamente agradecida por haberlo encontrado en mi camino, en el que tantas veces me acompañó con sus sabios consejos.
Hay personas que dejan huella y Blas Camacho ha sido de una de las que ha marcado un camino entero. Desde ahora una estrella más brillará en el cielo.
Descanse en paz.
Hasta siempre maestro, hasta siempre amigo. Tu familia, tu mujer, tus seis hijos y cuantos te queremos te echaremos de menos.
Carmen Quintanilla es parlamentaria Honoraria del Consejo de Europa; vicepresidenta de los mayores en Europa del PP y diputada Nacional y senadora de 2000 a 2019.