A Rubén Sánchez- Camacho le salieron los dientes entre fogones. Siendo muy pequeño su padre le transmitió ya ese amor por la cocina, un oficio en el que se inició en el restaurante que tenía su familia en Daimiel, el Bodegón, y que años más tarde se convirtió en una profesión tras formarse de la mano de los mejores chefs. Entre ellos su padre, que el pasado mes de noviembre logró la primera Estrella Michelin para El Epílogo, el restaurante del que está a los mandos desde 2019. Para Rubén, él ha sido su «referente en la cocina» y con quien ha aprendido los entresijos de la gastronomía del más alto nivel trabajando codo con codo hasta que hace un mes decidió embarcarse en solitario, sin su padre, en una nueva aventura y volver al lugar donde se fraguaron sus inicios, en Daimiel, como jefe de cocina del restaurante Casa Santa María, auspiciado por la Fundación Lola Valverde y que lleva por apellido 'social'.
Pero no se trata de un comedor social donde se da de comer a personas que no tienen recursos. No. Se trata de un restaurante como cualquier otro pero que marca la diferencia con el resto en que en parte de lo recaudado se destina a una obra social. De ahí, su 'apellido'. Esa diferencia es lo que le animó a aceptar la propuesta de Cruces Sánchez-Miguel, gerente de la Fundación y quien le propuso la idea de dirigir la cocina. Y eso es lo que hace desde hace un mes Rubén, quien con solo 23 años apostó de pleno por este proyecto. «He sido cocinero y jefe de partida, pero nunca antes había dirigido una cocina, por lo que se trabaja aprendiendo cada día», comenta en declaraciones a La Tribuna.
Sánchez-Camacho afrontó el cargo con la misma ilusión con la que elabora cada plato, pero el camino no está siendo fácil. Asegura que son muchas las horas de trabajo y dedicación que se restan a la vida personal para que todo salga a la perfección y el comensal repita. Con la ayuda de algunos extras en determinados días de la semana, en la cocina del restaurante Casa Santa María se elabora, dependiendo de los días, una media de entre 30 y 50 menús, donde la esencia y la máxima calidad es el principal ingrediente. Todo está estudiado al milímetro, desde la elaboración y presentación de los menús hasta la decoración de la sala de comensales, donde con capacidad para 50 personas no solo se respira tranquilidad y armonía también grandes dosis de solidaridad, pues «la misión del restaurante y la fundación es ayudar a los más necesitados en la medida de lo posible». Así, recuerda, los últimos fondos fueron para la comunidad de religiosas de Santa María del Huerto, en Palestina. Se recaudaron más de 1.300 euros.
Un proyecto que le ha llevado a dar un giro de 180 grados a su profesión. Su objetivo ahora es ofrecer en un futuro «algo diferente, distinto». Y de momento, ya ha ido dando pasos hacia ese reto y desde hace poco más de una semana ha cambiado la carta de una cocina que califica de «tradicional con algunos toques modernos». Así por ejemplo, el comensal podrá degustar exquisiteces como croquetas de cordero con miel de lavanda y taco de carrillera en cítricos. «Siempre se tiene en la cabeza hacer algo, y cuando quieres sacarlo te da igual el tiempo que lo dediques. Es quitar de tu tiempo libre para hacer lo que te gusta», explica. Esa plena dedicación es lo que le ha llevado a cumplir uno de sus sueños, pero asegura seguirá trabajando para «mejorar la carta» y alcanzar, en un lejano futuro, otro de sus retos: una Estrella Michelin.