El catedrático de música de la UCLM Juan José Pastor ha comenzado este 2025 con dos proyectos dispares en el contenido, pero que ambos indagan en la historia de la música. Por un lado, el disco Por los Montes de Coñares, que indaga en textos manuscritos para recuperar el contenido erótico de algunas canciones populares. Por otro lado, Pace Non trovo, un libro que hace un resumen de todas las veces que este poema del siglo XIV se ha llevado a la música, con especial dedicación a Liszt, quien en cuatro ocasiones puso música a los versos «No tengo paz ni puedo hacer la guerra». El disco es un proyecto de investigación solicitado, mientras que el libro es una obsesión que acompaña a Pastor desde hace casi dos décadas, cuando él era el director del Aula Cultural de la UCLM y un músico lo tocó en el aula.
Este mes ha salido este disco por Brilliant Classics, una de las discográficas más importantes de música clásica, y que se desarrolla como una iniciativa del Centro de Investigación y Documentación Musical (CIDoM) de la UCLM, "con Pastor como director científico de un proyecto que ha sido excepcionalmente llevado al disco por José Duce, director del grupo Amystis y responsable de la grabación. El álbum reúne 15 temas seleccionados de forma cuidadosa y reproducidos por Amystis y La Chimera Consort. La iniciativa parte de lejos, de cuando hizo la tesis sobre Cervantes, y vio que había canciones de su época que solo conservaban «las letras que pasaban la censura». «Había otras letras que se cantaban con la misma música, pero que nunca quedaban impresas, quedaban manuscritas o censuradas».
Como ejemplo está el tema 'Madre, la mi madre, / guardas me ponéis; / Que si yo no me guardo / No me guardaréis.', «una canción muy conocida» que habla sobre una joven que le dice a su madre, que no la proteja tanto, porque si quiere va a estar con el hombre que quiere. «Esa canción se cantaba con otra letra, que era 'Madre, la mi madre, / me pica el quiquiriquí / Ráscate lo hija que / también me pica a mí'». Con estas letras, «eróticas», el grupo de investigación se puso a buscar sus músicas y las encontraron en canciones que probablemente circularon del siglo XVI y del XVII. «Son, por así decirlo, de música culta, pero el sustrato es el de melodías populares», indicó Pastor.
El catedrático de música de la UCLM Juan José Pastor habla con La Tribuna - Foto: Tomás Fernández de Moya«La música está hecha para divertirse», pero lo que nos ha llegado es «lo que la censura permitía que se imprimiera», explica. Solo hay un texto, el Cancionero Musical de Palacio, donde se conservan «algunas obras que son muy provocadoras», señaló. Como ejemplo, hay una de Juan de la Encina, que cuenta «cómo tres muchachas están preocupadas por ver si les va a dar de sí o no la piel para tener un condón». Con estos condicionantes se crea un disco en el que se escuchan letras que no se han oído en el siglo XX. «Estas letras eróticas se habían quedado de manera muy marginal entre los eruditos, entre los filólogos, que las conocemos» y «las hemos presentado de una manera más próxima a cómo eran conocidas en el siglo XVII».
Petrarca. Mientras, «Pace Non Trovo. Entre Liszt y Petrarca: historia musical de un soneto, lo que cuenta es la historia musical de un soneto», indicó el catedrático. «Es un soneto lleno de contradicciones, con muchas antítesis y que fue casi un modelo para los estudios posteriores». De hecho, fue el primer soneto al que se puso música y se hizo unos pocos años después de su publicación. «Paralelamente, tuvo un desarrollo literario, fue modelo para muchos poetas», con muchas tradiciones y que lo convierten en un texto muy leído, pero además fueron muchos los músicos que le pusieron música. Hubo una época, siglo XVIII, finales del XVII, que desapareció, hasta que Liszt viajó a Italia y redescubrió el poema. «Él no sabía italiano, pero quedó prendido de la forma de escribir y es un tema que le obsesionó durante toda su vida», hasta darle forma musical en cuatro ocasiones.
Esta historia es la que desarrolla Pastor en un libro que remarca la relación entre música y literatura, entre artistas con el arte que le precedieron y las distintas formas de musicar un poema, con partes cantadas o solo música. Se trata de una relación que le atrae, porque «no entiende que una carrera de Filología no tenga una asignatura de música». «Un filólogo tiene que saber cómo los textos literarios son cantados» y, de hecho, los músicos «interpretan» el contenido literario, no hacen «un comentario de texto» de una obra. «A mí me preocupaba ver cuántas interpretaciones, cuántas decisiones tomaban los músicos sobre ciertas palabras, porque, aunque sea el mismo poema, cada realización musical es un universo distinto», concluye al referirse a un libro con 600 páginas recoge algunas de las partituras de esas composiciones, en una cuidadosa edición por Tirant Lo Blanc.