Cuando, el próximo día 2 de mayo, falten apenas diez para la celebración de las elecciones más extrañas, peculiares, incómodas y surrealistas que se hayan celebrado en territorio español (sí, territorio español) en medio siglo, recordaré aquella frase del alcalde de Móstoles: "españoles, la Patria está en peligro, acudid a salvarla".
Detecto, en lo que Pedro Sánchez llamaría 'la fachosfera', que es un magma que crece, una inquietante tendencia a predecir el desastre total. Como el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, a quien alguno en el sanedrín monclovita ya considera un 'fachosferoso' más, que piensa que la política española ha entrado "en barrena". Hombre, no es para tanto. Cierto que algunas estructuras básicas de una democracia andan algo tocadas. Puede que la Patria, en el sentido clásico de antes, esté 'algo' en peligro. Se salvará. Porque...
Se salvará porque España es un gran país, y solo -nada menos- falta que la mitad de los españoles se convenza de ello. Se salvará, como siempre se ha salvado, aunque sea 'in extremis', de esta situación de anomalía completa. Situación acentuada por la esperada conferencia de Puigdemont, anunciando que, desde su condición de fugado, concurrirá a unas elecciones tan decisivas como las catalanas, dejando en la incertidumbre la patata hirviente de su regreso a Cataluña, que será un acontecimiento incomodísimo para el Gobierno central. ¿Estará ya amnistiado, al margen de las cuestiones prejudiciales del Tribunal Supremo, que veremos hasta dónde llegan? ¿No lo estará y entonces habrá que detenerlo en medio de la multitud? ¿No se le detiene y el desafío máximo se consuma? ¿Al final no viene? Menudo follón para la meditación de Pedro Sánchez en la semana de las procesiones. Y menudo follón para todos nosotros, claro, cuando intentamos huir hacia unos días de olvido.
Lo fundamental: ¿es capaz Puigdemont, con o sin alianza a palos con Esquerra Republicana, de ganar esas elecciones? Bueno, las encuestas, a día de hoy, dan como ganador al socialista Salvador Illa, pero no podrá gobernar en solitario. Y, además, la veleta de la opinión pública gira, en Cataluña, a velocidad duplicada: en el mes y medio que falta para la marcha a las urnas catalanas pueden pasar, van a pasar, tantas cosas que a saber de qué estaremos hablando cuando, el 13 de mayo, conozcamos los resultados catalanes. De momento, inconcebiblemente, un partido tan clave para el constitucionalismo como el Popular no tiene ni siquiera nombrado candidato, ni hay una estrategia clara de cooperación/fusión/integración del PP con Ciudadanos, ni...
Ya digo: hay profetas del Apocalipsis que hablan de que vuelve el 'procés', pero para intentar, ahora en serio, una marcha hacia la independencia de Cataluña. ¿Quién amnistiará al amnistiador y, más aún, al ya amnistiado? Con Puigdemont reforzado y convertido en un Nelson Mandela con estelada, Pere Aragonés en el centro de las cosas, los jueces humillados y desautorizados, el Gobierno central hecho unos zorros -a ver qué pasa con Sumar ya convertido en un partido tan peculiar que ríase usted de aquella 'operación Roca' encabezada por el 'padre de la Constitución'--, Junts hasta podría ganar. Y entonces Puigdemont podría volver a ocupar las estancias nobles en el Palau de la Generalitat. Escenario inimaginable hace, pongamos, cuatro meses.
Pero ¿cuántas cosas inimaginables han ocurrido en los últimos cuatro meses, los de la Legislatura trepidante de un Sánchez que se ha lanzado al combate total, un tanto obsceno, contra un Feijóo que, en lugar de optar por un desprecio desdeñoso, se deja arrastrar a la batalla del 'y tú y los tuyos aún más'? Si, hace cuatro meses, yo hubiera escrito una crónica de la degradación anunciando que iba a ocurrir el veinte por ciento de lo que está ocurriendo, fiscales contra fiscales, fiscales contra abogados, vicepresidenta contra vicepresidenta, esposa contra esposa, la Constitución en solfa, unos toques de 'salsa Koldo', el ama de casa en La Moncloa haciendo negocios con un señor poco presentable, lo de la señora Ayuso y su novio, agítese y sírvase con un poco de nitroglicerina, usted hubiera pensado que yo estaba loco. Y con razón.
Era, aún es, difícil calibrar y hasta definir el deterioro institucional -y, peor aún, el moral-- cuando desde el Gobierno de los jueces se emiten dos dictámenes contrapuestos sobre la constitucionalidad de la amnistía, según de qué dedo designador dependa el juez de turno. O cuando la Constitución, en su literalidad y en su intención, se salta limpiamente, como si de una carrera de vallas se tratase. O cuando abogados y fiscales andan enzarzados en hasta qué punto la señora vicepresidenta primera, ministra de Hacienda y pluriempleda como 'número dos' del PSOE, se pasa en sus funciones delatoras y en sus antiestéticos gestos contra la oposición.
Hombre, a nadie se le escapa que motivos de inquietud no le faltan a Pedro Sánchez cuando piensa ya en unas minivacaciones de Semana Santa que, la verdad, no sé dónde piensa disfrutar, sobre todo porque, a la velocidad a la que van las cosas, podrían ser las últimas como presidente del Gobierno, si sigue empeñándose en extender la sensación de angustia nacional, de que la Patria, tal como la conocimos, está en peligro. No, esto no es la guerra de la independencia, aunque alguno pueda creer que es la guerra por 'su' independencia, pero habrá reacciones porque se ventea el peligro. Este es un país demasiado serio como para tomarse en serio algunas de las cosas, verdaderamente inconcebibles a veces, que hacen sus representantes. Y eso, la cuchufleta ante un estado de cosas indefinible, es lo que nos acabará salvando de los invasores.