El Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro creo que ya lo sabe, que la hora bruja es aquella que empieza a las cinco de la tarde y se prolonga hasta las nueve de la noche, es decir, se manifiesta sobre todo por la tarde, con episodios de llanto inexplicable y afecta a los niños de pocos meses, no se sabe si también a los genios del escenario.
El llamado igualmente llanto púrpura se dejó oír esta semana a partir de las ocho de la tarde en el espacio teatral de la Aurea (Antigua Universidad Renacentista de Almagro), uno de los lugares más emblemáticos del teatro clásico situado en la ronda almagreña de Santo Domingo.
Rafael Álvarez se empeñaba en decir que estaba mejor, y lo repetía, "estoy mejor" una y otra vez, como si fuera un llanto necesario, para que todos se enterasen de que de verdad estaba mejor de salud, por si en algún momento su queja o llanto púrpura hubiera llegado hasta el respetable. Pero también se empeñaba en recitar a los clásicos de la manera más profunda y loable: Santa Teresa, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Quevedo,… Y, ¡cómo lo hacía! Además, entre medias, lanzaba sin orden ni concierto, sus propias ocurrencias relacionadas con su padre ebrio, con un drogadicto, un camarero, con su divorcio, con la vida de Jesús, o contaba cualquier dato irreverente de los milagros del Nuevo Testamento, y con los mismos santos y poetas más clásicos.
El Brujo en la hora bruja - Foto: Festival de AlmagroEn poco más de hora y media, su hora bruja, se mezclaba con la ironía y realidad, con la historia sagrada, o con la vulgaridad más fresca del humor natural por los siglos vivido, como, por ejemplo, el cuerpo humano con sus partes nobles y otras bajas, como el ojo del culo, o con la máquina de pensar, es decir, el cerebro creativo.
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El Brujo se metió al público de mil espectadores en un bolsillo en Mi vida en el arte apelando al minimalismo de su puesta en escena, como si se sintiera tan cómodo y libre en Almagro con su aparente minimalismo y guiños a los pintores y al teatro de vanguardia, además su premio le permitía estar como en casa, aportando un atril tan solo en escena, con algún libro de edición antigua y, por supuesto, contando con la complicidad de su músico de hace más de treinta años, Javier Alejano, fiel acompañante en Madrid, Mérida y Almagro. Ambos se entienden y trabajan a gusto, y si al actor se le fuera la memoria, cosas que a veces ocurre, aun "estando mejor", ahí está el violín de Alejano para enlazar ideas y continuar con el espectáculo. Javier, tanto como intérprete y compositor, ayuda asintiendo a las reflexiones del Brujo, al hablar l sobre política, actualidad, sociedad…, es como Sancho en don Quijote, para que el diálogo fluya, y su llanto profundo y púrpura se haga posible, mezclándose con la carcajada, la risa y la palabra. La hora brujesca del buen teatro.