Desde el mirador que ofrece al viajero el morrón de San Cristóbal de Villarrubia de los Ojos es fácil entender el concepto de llanura sin límites que hace singular esta tierra. El que sabe mirar desde esta curiosa ventana, en días despejados, la mayoría, no tardará mucho en descubrir al frente las tablas de agua que conforman el Parque Nacional, donde el Guadiana, desde hace unos años, se muestra orgulloso y fuerte. Justo a la izquierda de este paraje natural, en ese mismo horizonte, se esconde entre cultivos y vegetación otra zona menos conocida pero igualmente importante a la hora de hablar del Acuífero 23, que se extiende a lo largo de 5.000 kilómetros cuadrados. Es la vega del Gigüela, uno de los hijos del Guadiana, que en las últimas semanas ha decidido recuperar parte del espacio que el tiempo y el hombre le fueron robando a lo largo de los siglos.
Rebelde, como su padre, el Gigüela ha empezado a aflorar en la zona conocida como Los Ojuelos, justo a medio camino entre Villarrubia de los Ojos y Las Tablas. Se llama así, dice Conce Sepúlveda, porque hace años en esta zona podían encontrarse «hasta 25 ojillos» del río, que no ojos, que eran como «pequeños manantiales», que fueron desapareciendo a medida que se le puso límites al cauce de este afluente.
Sepúlveda, que es un sabio de esos que no nace en las universidades, sino de patear el campo y luego de investigar en libros, es el que ha descubierto los tres afloramientos de agua que hasta ahora se han producido, algunos de ellos en antiguas zanjas que quedan en la zona, ocultos por una vegetación entre la que es posible encontrar plantas que requieren humedad como la anea y la masiega «que requieren agua» y plantas endémicas como el limonium.
Hacía más de 30 años que no se producían este tipo de afloramientos en la zona. Por eso, tanto Sepúlveda como Francisco Zamora Soria, otro estudioso y amante de la naturaleza, entienden que es el momento de prestar un poco de atención a este curioso ecosistema «si no queremos perderlo». Más allá del valor paisajístico y la riqueza natural que supone la recuperación de la vega del Gigüela, «por la complejidad» que hay detrás de estos manantiales, que han salido a la superficie justos después de un año de pocas precipitaciones, dice Zamora Soria. «No sabemos por qué ahora ha empezado a brotar el agua aquí, cuando justo a diez metros hay un pozo tradicional que no tiene agua; igual que no se sabe por qué empezaron a brotar los ojos del Guadiana. Por eso entendemos que debería investigarse también este fenómeno, como se están investigando los ojos, que pone de manifiesto la gran complejidad hidrogeológica de la zona y el funcionamiento de las masas de agua subterráneas», subraya.
Una de las explicaciones más viables, o tal vez la más usada, es que se han recuperado los niveles freáticos. Pero Sepúlveda y Zamora también hablan de la posibilidad de que ésta sea la consecuencia de que «existan tramos del acuífero que queden saturados y colgados».
Sepúlveda va más allá en su teoría y afirma que los afloramientos también coinciden con el final del riego de los cultivos, los mismos que han ido robándole terreno a un río que llegó a tener por esta zona un cauce de entre 4 y 5 kilómetros. Eso sucedía en los tiempos en los que el río era el que establecía cuales debían ser las zonas dedicadas al cultivo. «Por lo general, a ello se destinaban los terrenos más elevados, que por el cauce anastomasado se convertían en pequeños islotes. Esta realidad cambió cuando el cauce del río quedó reducido a un canal rectilíneo, al que siguió la desecación total de la zona», explica Zamora.
Marrones, grises, verdes y ocres conforman la paleta de color de este paisaje que dibuja los Ojuelos hoy, un paraje que se encuentra a muy poca distancia del Parque Nacional, un motivo más por el que entienden que debería «protegerse y estudiarse».
Entre los marrones destacan por un lado las dunas que salpican esta zona que un día fue el cauce del río, unos montecillos pequeños de origen eólico «que pueden tener entre 8.000, 10.000 o 12.000 años». Y por otro, en medio de La Mancha, unos grandes arenales que «están desapareciendo» en favor de unos cultivos que no paran de extenderse.
La extracción de áridos, de yeso y la expansión de la agricultura que ha sufrido el terreno de los Ojuelos en las últimas décadas, y sobre la que piden un poco de atención Sepúlveda y Zamora, no sólo está acabando con el entorno, también con la historia que éste esconde como asentamiento de antiguas culturas que fue. «Esto está lleno de yacimientos, asentamientos pequeños, de agricultores y ganaderos», que elegían el Gigüela para vivir. Los restos encontrados hasta el momento, hablan de un pasado con más de 5.000 años de historia, de la etapa del campaniforme, pero también de romanos e íberos. Pero esa es otra historia que ya se narra a modo de pequeños fragmentos en los museos de Villarrubia y de Daimiel, ahora lo que importa es que el Gigüela ha decido volver a aflorar.