«Y gritará destrucción y soltará los perros de la guerra», dice Shakespeare en boca de Antonio en su tragedia sobre Julio César (ahora revivida en las puñaladas que ha recibido Pablo Casado de sus más íntimos colaboradores). El hábito del horror sofocará toda piedad, insiste. La historia del mundo era la historia de sus guerras, hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial, fue tal la destrucción producida, el sufrimiento, el horror creado que políticos sensatos como Jean Monet, De Gasperi, Anna Lindh, y Helmut Kohl o Miterrand, entre muchos más, se dijeron que aquello no podía volver a suceder. Entendieron que creando un mercado común europeo habría razones indestructibles para no volver a soltar los perros de la guerra en Europa. Al menos, en una parte que ha desterrado el conflicto bélico como forma de resolución de cualquier desacuerdo.
La democracia no es un sistema perfecto, porque el ser humano no lo es. Pero, cualquier otra fórmula, se hunde en la caverna de los tiempos, y despierta la esclavitud, el hambre, el miedo a la vida, la desgracia persistente. Y así como cuando el voraz comunismo destruía la felicidad colectiva, maltratando el pensamiento individual y la igualdad, soterrando los sueños de la persona, al otro lado de su muro había una sociedad libre (e imperfecta por supuesto) llena de sueños que avanzaba por la paz hacia la felicidad, en la que la igualdad crecía. Ese escaparate capitalista fue lo que destrozó el régimen soviético. Sembró la enzima de la libertad y la fe en el futuro en las gentes que vivían bajo la dura goma de la bota soviética.
El ansia de libertad, riqueza y justicia es el verdadero enemigo de Putin y su régimen opresor. El sátrapa suelta los perros de la guerra porque no puede permitir que en sus vecinos haya prosperidad, libertad y justicia. Sun Tzu, el mejor estratega militar que ha existido, aconsejaba no llegar jamás a la guerra porque, de la muerte, solo nace la muerte.
Pero este líder cruel, cuya existencia es una desgracia para el mundo, lleno de viejos afanes imperialistas, odios étnicos, concepciones autoritarias y soberbia sin fin, este Putin en cuyo rostro el mal se plasma, ha lanzado en esta Europa que descubrió el maná de la paz a los perros de la guerra. Este dolor que ha creado llevará su nombre para siempre.