Sus progenitores no pueden hacerse cargo de ellos. El Gobierno regional les ha retirado su tutela hasta nueva orden, pero gracias a Juana Jiménez y Pedro Chacón, Luisa, Joaquín y Miguel, el último en llegar, han encontrado un hogar donde crecer sin echar en falta los brazos y los abrazos de una familia. A sus diez, nueve y ocho años, que se encuentran en situación de acogimiento temporal, han tenido suerte. Hasta 23 grupos de hermanos, como el suyo, residen en centros de protección de la Junta de Comunidades a la espera de una. Sus padres de acogida, sin hijos y cerca de las cincuentena, se embarcaron en esta aventura tras conocer la experiencia de una pareja de amigos. «Pensamos que era una buena manera de ayudar a niños que están en una situación de desigualdad social», explica Juana sin ocultar que ellos también estaban faltos de cariño.
Tras informarse del proceso y, una vez explicado, entraron a formar parte de él tras pasar las pertinentes sesiones formativas, Luisa y Joaquín llegaron a sus vidas el 16 de septiembre de 2011. «Año y medio después, pese a las dificultades, decidimos traernos con nosotros a Miguel para que pudiera estar con sus hermanos», según indica. Su adaptación no fue sencilla porque, en palabras de Juana, «llegan con la mochila cargada»; pero, con paciencia y comprensión, fue una cuestión de tiempo. Al menos, en su caso. «Cada 15 días ven a su familia biológica, con la que volverán cuando todo se solucione», indica. Sabe que lo peor será la despedida, pero también es consciente de su rol de madre temporal. Es lo primero que les enseñan. «Ese día llegará, pero no pienso en él», asegura remarcando que «Luisa, Joaquín y Miguel tienen otros dos hermanos mayores (viven en un centro) a los que ven con frecuencia».
Laura Ortiz -nombre fictio bajo el que mantiene el anonimato- es consciente de la problemática. Hay más niños que familias disponibles, situación que se ha agravado con una crisis que ha frenado a las pocas que había a pesar de que, cuanto peor están las cosas en la calle, más expedientes de protección llegan a Bienestar Social. No obstante, cuando se formalizó su acogimiento, a día de hoy permanente, no se hablaba ni de recesión ni de brotes verdes. Su pequeña María, que cuenta ahora con 13 años, llegó a su vida con sólo seis meses. «Un familiar acogió a dos hermanos», relata Laura. Fue entonces, cuando tras hablar con su marido y consensuarlo con sus dos hijos (ya mayores de edad), se sumó a la bolsa de padres acogedores con el objetivo de ofrecer un futuro a algunos de estos niños invisibles y protagonistas de una lista no reconocida por la sociedad.
«parálisis cerebral». Entonces, Laura desconocía sus necesidades especiales. Fue al echar mano del informe cuando leyó el término «parálisis cerebral». «El pediatra nos dijo que nos pensáramos muy bien lo que íbamos a hacer», recuerda. Salió de la consulta hecha un mar de lágrimas y con la ilusión arrebatada pero, tras hacer oídos sordos a buena parte de su entorno más cercano, decidió tirar para adelante como si fuera suya. Y no se arrepiente.
La agenesia del cuerpo calloso que padece impide la conexión entre las funciones de sus hemisferios cerebrales, pero eso no le ha impedido llenar de alegría el hogar de Laura que, al igual que Juani y Pedro, forma parte de la Asociación de Familias de Acogida de Castilla-La Mancha (Asofacam). «La queremos con locura», confiesa a la espera de que, cuando cumpla la mayoría de edad, pase a ser hija de pleno derecho. «La posibilidad de la adopción está ahí», señala. Y piensa a aferrarse a ella. Es una más de la familia. Y en su caso no es una frase hecha.