Una mañana basta para entender por qué Almadén merece el reconocimiento de ciudad patrimonio de la humanidad. Descender a las entrañas de la tierra es regresar al pasado, viajar a un subsuelo en el que desde hace 2.500 años se ha apoyado España. Desde que los fenicios utilizaran el bermellón que obtenían del cinabrio como pintura hasta que el siglo XXI cerró las fauces de la tierra, Almadén guarda rocas que son testigos del esfuerzo de miles de personas.
De estas minas se ha surtido de mercurio a medio mundo, especialmente a América, donde llegaban galeones cargados del rico metal para volver abarrotados de oro y plata. El museo presenta una gráfica en la que se tienen datos desde el siglo XVI. Por ejemplo, en 1942 se extrajeron 85.000 frascos (cada uno, con 2,5 litros de mercurio y 34 kilos de peso) por valor de unos 4.000 millones de pesetas. En aquella época, era lo único que el extranjero parecía querer de España. En total, se han contabilizado más de 3.000 usos diferentes para el mercurio: desde instrumentos para medir con precisión hasta cimientos antisísmicos.
El viaje en el tiempo comienza en el centro de recepción de visitantes. En él se exponen maquetas con paneles que avanzan las sorpresas que aguardan una vez que el ascensor deje al turista en la primera planta, la única visitable, a 50 metros de profundidad. Entre las maravillas, la descripción del sistema Larrañaga, una maraña de entibación de 250 metros de alto, que sostiene varias plantas. También pueden verse herramientas (zacas, seras o candiles), además de una explicación pormenorizada de los sistemas de perforación y extracción.
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