Francisco Martín Casado, la grandeza de la sencillez y la bondad, falleció el pasado jueves aquejado desde hacía unos meses de una grave enfermedad. Se ha ido como vivió, de puntillas.
El pintor de las encinas y dehesas deja un legado surcado por el sentimiento y la pasión por la naturaleza, el contraste entre la vida en la ciudad y el medio rural y toda la belleza plástica que encierra la tauromaquia.
Lo suyo con la pintura empezó cuando era un niño y se ensimismaba mirando al cielo y la luz y el color de la Mancha para luego plasmarlo en cuartillas con sus lápices de colores.
Francisco Martín Casado nació el 28 de diciembre de 1940, en el barrio del Carmen de Ciudad Real. Su padre trabajaba la madera, siendo uno de sus mejores amigos el malogrado Felipe García Coronado, escultor con el que su progenitor aprendió a tallar la madera.
Sin embargo, poco pudo enseñar a su hijo al morir en un accidente cuando éste solo tenía cinco años. Por ello se vio obligado a abandonar sus estudios para ayudar en casa mientras devoraba libros de Goya, Velázquez y 'El Greco' para estudiar las técnicas y el color. Compaginaba el trabajo con el aprendizaje, retratando con sus lápices y pinceles a familiares y amigos. Su tío, Vicente Martín, era un experto dibujante, pero al estar en Sevilla no podía perfeccionar la técnica con él. No obstante, gracias a la amistad con Antonio López Torres consiguió que le diera clases a su sobrino.
Martín Casado se hizo un maestro del dibujo, del paisaje manchego, del retrato y del estudio de los árboles, de las encinas, cuyas ramas y troncos convertía en figuras extraordinarias y mágicas.
«Era un buen pintor, pero sobre todo una buena persona. Afable, cortes y cariñoso. Un caballero siempre dispuesto a ayudar a quien se lo pedía sin esperar nada a cambio», coinciden en destacar pintores y amigos como el cirujano y hermano mayor del Silencio, Rafael Ruiz, quien resaltó la generosidad de Martín Casado y el amor que sentía por Ciudad Real. Muy afectado por la pérdida del amigo, Ruiz recuerda emocionado los estandartes que el pintor desaparecido realizó para el Silencio. Uno de ellos es una pintura del Cristo sobre un paño negro y piezas del traje del torero de Víctor Mendes. El segundo también es una pintura sobre paño negro y el tercera es un dibujo de la Virgen, pendiente de confeccionar sobre una tela con las piezas de otro traje de torero.
Rafael Ruiz, cirujano de la plaza de toros de Ciudad Real muy aficionado a la tauromaquia, destaca las tablillas de escenas taurinas realizadas por Martín Casado, que era «un gran dibujante, retratista y paisajísta».
El pintor Julián Peco también destaca la faceta retratista de Martín Casado. «Conseguía captar la psicología de la persona».
Para Emiliano Vozmediano, un maestro de la pintura y escultura, el dibujo de Martín Casado «era muy preciso y sus paisajes abiertos al cielo».
El crítico de arte José Luis Marchante dijo de él que llevaba el arte en las venas y que se había labrado un nombre con dedicación, esfuerzo y coraje.
Todos los que le conocían lamentan su pérdida y destacan la calidad humana de Martín Casado y su devoción por su mujer y sus dos hijos, Francisco y Marisa.
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