Aunque no haya pasado a la historia en la lista de los mejores reyes de España, a Fernando VII le llamaban en su época el ‘Deseado’, algo comprensible teniendo en cuenta que en aquellos años los españoles luchaban contra los franceses en la Guerra de la Independencia y tuvieron de monarca interino al hermano de Napoleón. Por eso no es de extrañar que hace 200 años, cuando se terminó la guerra y Fernando VII regresó a España se le recibiera con un día de fiesta por cada pueblo que pasaba. Y eso ocurrió también en las localidades que ahora forman parte de Castilla-La Mancha y que el rey atravesó en los primeros días de mayo de 1814, hace justo dos siglos. Otra cuestión es que su avance hacia Madrid, suponía en la práctica un retroceso al espíritu de ‘la Pepa’. De hecho, el último ‘feo’ que hizo el rey a las Cortes ocurrió precisamente en El Pedernoso, una localidad de Cuenca que hoy en día tiene 1.200 habitantes.
Fernando VII ya estaba de vuelta en España desde el mes de marzo, pero en lugar de trasladarse a Madrid se desplazó a Valencia. Desde la capital del Turia esperó a que se cocinase el cambio de régimen. La primera ayuda le llegó con el conocido Manifiesto de los Persas, célebre por su arranque:«Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor». El Manifiesto de los Persas lo firmaban 69 diputados que pedían al rey que diese una especie de golpe de estado para volver al absolutismo. Persas hubo de la tierra, como los diputados por Toledo Miguel de Frías, José Zorrilla de la Rocha, Luis de Luján y Monroy y Benito Sáenz González.
Fernando VII fue muy bien recibido cuando entró en Almansa. - Foto: Consuelo López Comienza el viaje.
Fernando VII se hizo querer y el 4 de mayo firmó el Decreto de Valencia, por el cual derogaba las Cortes constitucionales herederas de las de Cádiz. Un día después dejó Valencia y empezó su viaje de regreso a través de La Mancha, un recorrido que analizó y estudió un siglo después el catedrático de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de Valencia, José Deleito y Piñuela. Cuenta que la primera noche la pasó en Játiva y que el 6 de mayo ya entró en lo que hoy es Castilla-La Mancha. En concreto, llegó a las cuatro y media a Almansa, donde la gente se disputaba el honor de conducir su carroza. Allí además recibió la visita de una comisión del pueblo de Ayora.
El 7 de mayo, Fernando VII partió para Albacete. A la una de la tarde pasó por Chinchilla, donde se detuvo tres horas y le presentaron «las más elegantes damas», según cuenta Deleito. A Albacete llego a las cinco y media. Le dio tiempo incluso a ir a la iglesia a las siete. El 8 de mayo salió para Minaya y un día después, el 9, partió para El Pedernoso.
A esta localidad conquense se presentó una comisión de diputados de las Cortes a pedir audiencia con el rey. Pero el monarca n o les recibió y mandó al marqués de Ovieco a decirles que ya les recibiría en Aranjuez. No solo no los atendió, sino que el monarca encima obligó a la escolta de los diputados a irse con la comitiva real (eran 40 caballos). Así pues, el rey hizo un agravio a los representantes de las Cortes al no darles audiencia y además dejarles compuestos y sin escolta.
El rey recaló en Minaya el 8 de mayo de 1814. - Foto: Rebeca Serna La siguiente parada del monarca fue Corral de Almaguer en Toledo el 10 de mayo y de allí se encaminó a Aranjuez el día 11, donde pasó dos noches. El ‘deseado’ llegó a Madrid el día 13 de mayo cuando ya la capital estaba prácticamente tomada militarmente por los afines del rey, como Eguía y Wittingham.
De esta forma se puso punto y final a una Guerra de seis años, de motines en Valdepeñas y Ciudad Real, de batallas en Ocaña y Talavera y de guerrilleros como el Tío Camuñas o el Empecinado, que luchó en la Serranía de Cuenca.